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Ana María Tomás

Escribir es vivir

EL MAR DE TONTOS

 

No, no hay ningún error en esa erre de mar. Ya sé que nuestro refranero nos advierte de que el “mal” de tontos no tiene cura, pero, si unimos ese tipo de mal al mar, devenimos en tuertos con los ojos malos.

Estoy hasta las narices de ver, con estos ojos que hay sobre ellas, a tontos playeros hacer el gilipollas en el agua hasta producir consecuencias nefastas, no sólo para ellos, sino para otros que arriesgan su vida por salvar la del tontucio. Hace escasamente unos días, con un levantazo de la “ogtia” y una bandera roja del tamaño de un campo de amapolas, un tontoelhaba se metió en el agua dando saltos y fingiendo hundirse sin remisión. Rápidamente, un chico jovencillo que vigilaba la playa, boya en mano, que pesaría un tercio de lo que podía pesar el irresponsable, comenzó a vocearle y a indicarle que saliera inmediatamente del agua. Los familiares, que reían las gracias del idiota, le dijeron al “vigilante de la playa” que no se preocupara, que sabía nadar. Sin embargo, el muchacho seguía indicándole que saliera del agua mientras se preparaba ya para entrar a por él, dado que varias olas lo habían volteado hasta perderlo de vista por algunos segundos. Yo permanecía incrédula  a lo que veía, pero una señora con mucha edad se le acercó al joven y le dijo: “Tranquilo, chico, que yo nunca he visto ahogarse a un imbécil”. “¿Tranquilo?, pero si se está ahogando”. “Pues dígale que llore. Y así se desahoga”, contestó la anciana. Contestación que ya no llegó a escuchar el joven “salvador” que se lanzo con denuedo contra las olas hasta conseguir sacar, agotado, exhausto y cabreadísimo, al tonto de turno.  Y yo pregunto ¿es necesario poner en peligro vidas responsables y maravillosas por la de quienes no sólo demuestran que no tienen aprecio por la suya, y mucho menos por la de quienes las arriesgan por él, sino que desprecian de una manera flagrante e irresponsable cuantos avisos y advertencias les señalan del peligro?

La semana pasada salía en la prensa la noticia  de que la Comunidad se planteaba fijar sanciones por imprudencias que amenazaran la vida de los equipos de emergencia y generaran costes elevados que pagamos todos. La reseña hacía referencia a la irresponsabilidad de tres pescadores que se situaron en un islote de La Manga y que rechazaron hasta cinco veces la ayuda de socorristas para volver a la playa. Lo que produjo, algo más tarde, que se tuviera que realizar un rescate que puso en riesgo la vida de quienes tuvieron que sacarlos de allí. Eso por no hablar de los elevados gastos generados. Y, francamente, yo me admiro de que a estas alturas todavía se lo estén planteando. Porque, a ver, ¿cuánto hace que dejó de plantearse que alguien que conduzca borracho o haciendo pirulas que pongan en riesgo la vida de otros tenía que ser sancionado? Andamos con el miedo en el cuerpo, mejor dicho: en el bolsillo, evitando cometer infracciones automovilísticas que nos endiñan, sin vaselina alguna, multas de quinientos o seiscientos euros y nos quitan más puntos de los que eliminan en todos los hospitales de España, sin embargo, esas prescripciones, parece ser, que se circunscriben a tierra porque en el agua se tiene patente de corso, tanto para poner en peligro la vida propia como la de quienes están dispuestos a arriesgarla por los irresponsables.

Está visto que muchos humanos funcionan como los gasógenos: a base de leña. Así que, teniendo en cuenta lo que ya dijo un gran pensador sobre que los tontos jamás descansan de hacer tonterías, imagino, que habrá que hacerles ver, a base de palos en el bolsillo, que, si quieren ahogarse, lo mejor será que se pongan una buena piedra al cuello y se lancen directamente por un acantilado, en lugar de jugar a que se ahogan sabedores de que, muy probablemente, habrá cerca de ellos un valiente dispuesto a jugarse la vida por salvarlos.

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