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Ana María Tomás

Escribir es vivir

SI USTED PUEDE LEER ESTO

Si usted puede leer esto es que todas las profecías y los peores augurios sobre el fin del mundo en este día 22 han quedado en agua de borrajas. Con tanto vaticinio y metedura de miedo en el cuerpo, este año el tema de la lotería ha quedado muy en segundo plano. Precisamente este año que ha sido uno de los duros de verdad con tanta crisis, tanto desahucio, tanta falta de esperanza, tanto exilio de nuestros jóvenes al extranjero buscando un maná que no siempre mana.

Si usted está leyendo esto, tal vez, puede que hasta le toque la lotería -si ha jugado, claro-, pero, aunque no le tocara, podría seguir sintiéndose afortunado y no por aquello de que hoy es el día de la salud, ya saben: “la mejor lotería es la salud”, no, sino porque basta hacer un somero recuento de lo que somos, de lo que hemos conseguido, de lo que es capaz de hacer de bueno el ser humano para sentirse venturoso, sin ir más lejos: pone los pelos como escarpias saber que en la última masacre en un colegio de EEUU varias maestras interpusieron sus cuerpos para evitar que los niños fueran asesinados. Fue un acto heroico inútil, aunque eso no quita que estuvieran dispuestas a dar sus vidas por salvar otras; como esos otros casos de inmigrantes que se arrojan a las vías del tren para salvar, en el último momento, a alguien que había caído en ellas. Basta mirar a nuestro alrededor para comprobar que, pese a las noticias desalentadoras, seguimos siendo solidarios: donando órganos, compartiendo lo que se tiene, y, cuanto menos se posee, más generosos dan muestras de ser. Basta comprobar cómo la familia sostiene a los más débiles, incluso son aquellos más débiles, ancianos y pensionistas, quienes sustentan, resisten y acogen a hijos, nueras, yernos y nietos. Basta con estar en la terminal de llegada de un aeropuerto o en una maternidad para comprobar que todo renace, que la vida se sigue abriendo paso, como el jaramago, aun en las peores de las ruinas. Como en la película del “Rey León” o en el manido anuncio de “El Almendro”, todo vuelve. No importa que su trillado sonsonete nos acompañe Navidad tras Navidad, desde hace años, porque siempre sigue vigente. Siempre hay alguien que espera. Siempre hay alguien consciente de que cada amanecer nos sonríe la esperanza y renueva sus ramas el olvido. El problema está en la focalización. El Dr. Wayne Dyer propone, en un ejercicio psicológico, que el paciente eche un rápido vistazo a su alrededor (supuestamente se encuentra en un despacho) y que enumere la mayor cantidad de objetos marrones que hay. Normalmente, el paciente enumera una larga lista: mesas, sillas, biblioteca, libros, lámpara… Entonces, el señor Dyer pregunta: “¿Y cuántos objetos de color brillante hay?”. El paciente, según testimonio del doctor, suele enfadarse y argumentar que se le pidió que se centrara en los marrones, así que no tiene idea de cuantos puede haber de color brillante. La exégesis del experimento es que, sin pedirnos nadie que nos centremos en lo oscuro, lo cierto es que nos pasamos el día quejándonos y mirando lo marrón de nuestras vidas, en lugar de hacerlo mirando lo brillante que haya a nuestro alrededor, por poco que sea.

Hace unos días, en Ponte Caldelas, un municipio de Pontevedra, sorteaban, como la mejor de las loterías, un trabajo en el que se ganarían quinientos euros durante seis meses. Las imágenes del telediario mostraban a los ganadores felices y llorando de emoción. Y hace algunos meses, en otra localidad de cuyo nombre no consigo acordarme, sorteaban viviendas sociales. Y los jóvenes afortunados en esa otra lotería lloraban igualmente que los anteriores: felices y agraciados. Lo cual nos confirma que no hace falta llegar a sorteos extraordinarios para convertir en extraordinarios cualesquiera sorteos. Hasta los más increíbles.

Si hoy usted puede leer esto, señor mío, felicidades porque le ha tocado la mejor de las loterías: ha visto amanecer y, aunque la vida no viene envuelta en un lazo, es siempre un regalo. No se deje convencer de otra cosa, por muchos marrones que tenga a su alrededor, hágase un favor, busque -seguro que los encuentra- los colores brillantes que, aun en menor cantidad, están ahí. Y permítase sonreír cuando los encuentre.

 

 

 

 

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