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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Los ángeles de la quinta planta

Aunque estoy segura de que muchos de mis lectores no sólo pasan del wuasap, sino que les repatea el hígado ver a los más jóvenes de sus casas enganchados continuamente al móvil, enviando mensajes por wuasap y engordando los pulgares como si fueran pavos para Pascua, también sé que muchos otros comparten esa  ¿insana?  costumbre de mantenerse continuamente conectados con amigos y familia. Para mí, he de confesarlo, aunque lo controlo y lo utilizo en su justa medida, es una gozada. Recibo y envío mensajes, fotos y enlaces a páginas de Internet que me interesan por una u otra razón. En esta nueva, vieja por momentos, moda ando metida en grupos: familia, amigos de baile, de literatura, de yoga, de Reiki…, por cierto, un reconocimiento para aquellos que se “molestan” en hacer posible esos maravillosos “conjuntos” tan homogéneos como heterogéneos.

Un buen día, de uno de esos grupos, alguien envió una foto de un precioso amanecer. La vida y el sol abriéndose paso entre las tinieblas de la noche. El comienzo de un nuevo día por estrenar. No se hicieron esperar los comentarios, entre ellos la pregunta de cómo había conseguido la autora el punto de altura perfecto para captarla. La autora se llama Ana Belén y el punto de mira “perfecto” lo había logrado desde la quinta planta del mastodóntico hospital Virgen de la Arrixaca. Ana Belén acompañaba a su madre que trataba de reponerse de un trasplante medular.  Como ella, otras muchas anabelenes deciden “sin ser coaccionadas, libres y voluntariamente” encerrarse, aisladas, en una de las habitaciones de la quinta planta, para acompañar durante periodos que pueden ir desde veinte días a dos meses a familiares enfermos oncológicos -sí han leído bien: aisladas y por meses-.

Imagino que la decisión en lo que a la elección de acompañante se refiere se hará de mutuo acuerdo entre ambos, probablemente sean varios familiares quienes estén dispuestos a acompañar al enfermo y tendrá que ser él, finalmente, quien valore unas serie de variables para optar al “encierro”.

Gracias al wuasap, todos los integrantes de ese grupo hemos podido ver el amanecer desde los ojos de una de las muchas acompañantes de esos enfermos. Y hemos podido saber de su desesperación al comprobar que ni morfina, ni nolotiles, ni calmante alguno eran capaces de reducir, si no de eliminar, tanto dolor como expresaban los gritos de su ser amado.

Gracias al wuasap, hemos compartido con ella las sensaciones que le producían la profesionalidad, la bondad, la dedicación, la alegría, la comprensión, la humanidad de todo el equipo médico, de todos -alguien me comentó que quienes trabajan con enfermos de oncología era porque ellos vocacionalmente lo habían pedido-. Y no sólo cuidan de los aquejados, sino de quienes los acompañan.

Pero también, gracias al wuasap nuestra “acompañante” pudo sentirse acompañada, consolada, fortalecida por el resto de amigos que la bombardeaban con mensajes optimistas cuando el pesimismo atenazaba, junto al dolor, los pilares de la habitación y del alma.

En las conversaciones cruzadas, Ana Belén insistía en la generosidad de todos los trabajadores de la quinta planta, del milagro diario de mantener con vida a personas con unos linfomas monstruosos instalados en todo su organismo;  nos hablaba de la idea de agradecerles, de alguna manera, su entrega y cuidado y volvía, una y otra vez a denominarlos ángeles. Y yo, mientras lo leía me preguntaba cómo ella misma no se reconocía como tal. Yo creo que esa quinta planta, seguro que como otras muchas, pero esa en particular, está llena de ángeles: los especializados en administrar la medicinaa los enfermos, los especialistas en regalar tiempo y amor a sus familiares y los propios  pacientes, pacientes en el más amplio y completo sentido de la palabra, que se enfrentan, cada día, a una batalla distinta con las heridas abiertas del día anterior. Y, por supuesto, ángeles también los componentes de los grupos de wuasap y el mismísimo “artilugio” capaz de conectar el infierno con el cielo, la desesperación con la esperanza, la oscuridad con la amanecida en cuestión de segundos.

“Todo parece perfecto  -escribía apenas el sol rasgaba la noche- amanece en un cielo limpio, sin nubes. Y tú, mamá, gritando de dolor. Pero doy gracias porque por fin pasó la agotadora noche”.

Dicen, que los amigos son ángeles que nos llevan en sus brazos cuando nuestras alas tienen problemas para recordar cómo volar…Y, uno de esos ángeles, se apresuró a escribir: “Nunca  una noche ha vencido al amanecer. Y nunca un problema ha vencido a la esperanza.

 

 

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