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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Asuntos de la entrepierna

Una patrulla de policía encuentra a dos hombres en plena calle absolutamente ebrios. Uno con los pantalones bajados mientras el otro le introduce un dedo en el ano. Antes de que la autoridad se les venga encima, el pobre borracho con lengua trapajosa le explica a los polis que lo único que pretende es ayudar a su amigo a vomitar. “Pero hombre de Dios, ¿cómo va a vomitar metiéndole el dedo en el culo?” pregunta desconcertado el policía. “Espere que se lo saque del culo y se lo meta en la boca”, responde el otro. Y qué quieren que les diga, a mí, el caso Chic- Baúl, más conocido como el asunto de las chiquillas prostituidas –e insisto: prostituidas, en lugar de prostitutas–  me ha venido igual que si el borracho se hubiese dirigido directamente a mí y me metiera los dedos en la boca.

Ya sabemos que los asuntos de la entrepierna no tienen enmienda, pero no me negaran que resulta de lo más vomitivo que “honorables” padres de familia, respetados profesionales de la jurisprudencia y los negocios, “venerables” yayos, sudados agricultores y hasta esforzados sepultureros anden jugando a los médicos con niñas que, por muy consentidoras que nos vendan que han sido, no dejan de ser chicas sin formar arrastradas por una sociedad desvalorizada y consumista en donde cambiar de móvil está por encima del asco o la repulsión que puedan experimentar al sentir sobre su boca el aliento de un repulsivo payo. Por muy pocos valores que hayan conseguido inculcar o transmitir los padres, por muchas ganas que tuvieran ellas de manejar parné fácil… si no existieran este tipo de tipos… –no voy a decir amorales porque creo que eso sería elevarlos de nivel–  diré: tipos corrompidos incapaces de situarse en el otro lado y pensar qué ocurriría si alguien hiciese con sus hijas o nietas lo que ellos hacen con esas niñas, decía que, de no existir la demanda, no existiría la oferta.

Me decía una de mis amigas que cosas así le hacen darse cuenta de que no se diferencia en nada de cualquier asesino, porque, de ser su hija una de esas chicas, el “sobrina”, palabra en clave para designar al cliente, no podría volver a meter su miembro en otra cosa que no fuera una hucha porque se lo cortaría a rodajas.

Según ha podido saberse, algunas crías pensaban que era mucho fácil de lo que al final les resultó y quisieron salir por pies del asunto cuando se vieron frente a lo que les esperaba, cosa que, “supuestamente”, impidió el cliente de turno, en este caso el Guardia Civil retirado (menos mal que está retirado) que, al forzar a la chica, está imputado, además, de un delito de agresión sexual.

A ver… es cierto que nadie soportaríamos una cámara oculta porque en determinados momentos podemos emprenderlas hasta con la madre que nos parió, pero, digo yo, ¿toda esta gente no se planteó en ningún momento la catadura de lo que estaba perpetrando? Y si lo consideraban tan lícito –ellos… tan conocedores de lo legal y lo ilegítimo–, vamos, algo normal, tan de andar por casa ¿a santo de qué vienen ahora preocupándose de que no se enteren sus familias? ¿Pensaron en ellas en algún momento? ¿Se plantearon el papelón de su mujer, de sus hijos, de sus “hijas” ante la posibilidad de que pudiesen llegar a enterarse? Obviamente, aunque no fuera de la forma que ha sido… Pues no. Y volvemos, una vez más, al poder de la entrepierna. Y es que algunos hombres son como las cerillas: en cuanto se encienden, pierden la cabeza.

No es que quiera “justificar” en modo alguno la actitud de las nenicas, que vaya tela, ni, por descontado, la de los padres ¿cómo no se preguntan quienes son los supuestos niños a los que cuidan? ¿Dónde viven? ¿Y quiénes hay en esas casas donde van sus hijas para hacer de canguro? Y, desde luego, ¿“de dónde sacan pa tanto como destacan”? No. No podría justificar a las niñas, ni a los padres, ni mucho menos a esta sociedad que día a día anda cambiando valores que han permitido sustentarla hasta ahora como honradez, esfuerzo, ética, lealtad, empatía, altruismo… etc., por una pura y dura transacción monetaria, carnal, egoísta y corrupta. Vamos, que aquí no se salva nadie.

Esto no ha hecho más que comenzar, Murcia no es Nueva York, así que no quisiera estar en la piel de los imputados.

Si todo esto ha traído algo bueno es saber que, al menos, tenemos magníficos policías que, como en las mejores películas, consiguen encontrar al malo y darle su merecido.

 

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