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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Peor el deseo que la enfermedad

“Doctor, vengo a que me baje el deseo sexual”, le dice un hombre a su médico. Este, extrañado le corrige: “Será a que se lo suba ¿no?”.  Entonces el hombre, señalándose con el índice la cabeza, le responde: “No, no,  a que me lo baje de aquí a aquí”. Sobra decir el punto adonde quería que se lo bajase. Aunque, por desgracia para muchos hombres, eso es imposible porque ni con la famosa Viagra puede lograr el objetivo. ¿Las causas? Pues muchas, aunque pueden resumirse en problemas de salud.

Y no, no me he equivocado al escribir el título. De sobra conozco ese refrán que alude a que, en muchas ocasiones, es peor el remedio que la enfermedad. Y, en el caso que nos ocupa hoy, supuestamente encontrando la piedra filosofal que remedia la pérdida del apetito sexual femenino…, con lo que me he informado sobre los efectos secundarios…, también es posible que el remedio sea peor que la falta de deseo.

Estos pasados días la viagra femenina, concretamente la “Flibanserina”, ha entrado arrasando en las noticias. Por fin, las mujeres recuperarán, con este supuesto remedio, las ganas de mantener relaciones sexuales y, por fin, se acabarán los frecuentísimos “dolores de cabeza” para no tenerlas. Se acabó, también, el sexo compasivo, el sexo por miedo al abandono, el sexo para “mantenerlo” contento, el sexo sin nada de nada de ganas.

“Pero…” el pero en la cosa está que en el año 2010 y en el  2013 este fármaco ya fue echado para atrás por los efectos secundarios que tenía y que sobrepasaban en mucho a los beneficios que otorgaba, entre otros: mareos, náuseas, somnolencia, disminución de la presión arterial, desmayos… etc. Los grupos que están a favor del fármaco argumentan que en ello hay discriminación sexista porque supuestamente piden estándares más altos para las drogas femeninas que para las masculinas y que la pastillita en cuestión no hace más daño que la viagra, y, miren, por una vez me alegro de esa discriminación. Pero yo creo que la cosa no funciona así. No hace falta ser muy versado en el tema para saber que la sexualidad del hombre es visual y genital y que con una hermosa mujer delante y sangre suficiente para regarle una cabeza ya tiene el problema solucionado, por tanto, si la viagra es capaz de “hacer transfusión” de sangre a la entrepierna… listo el bote. Pero en la mujer todo se complica: aquí ya no vale llevar o traer sangre porque lo que anda en juego son otras muchas más cosas, vale que también sea cuestión de hormonas, pero aquí el órgano sexual de la mujer no está en los bajos sino en la azotea. Cerebro, oído y corazón principalmente, aunque luego hay un extenso mapa de piel. Por supuesto, no vamos a andarnos con tontunas a la hora de decir que la vista también es muy importante, ahí tenemos a Cyrano de Bergerac capaz de derretir el corazón de una mujer con sus palabras, claro que… palabras que tenía que pronunciar otro con más atractivo físico que él, pero, a fin de cuentas, se trata de calentar el oído y el corazón. Acabo de leer un estudio en donde se demuestra que el nivel de serotonina le sube a los perros cuando sus dueños les miran a los ojos o les sonríen y aunque pueda parecer injusto para los perros compararlos con las mujeres –ellos no nos harían nunca lo que nosotras les hacemos– lo cierto es que, al igual que a ellos, una mirada amorosa puede desencadenar una turbulencia de hormonas con toda seguridad mayor que la que pueda proporcionar la Flibanserina.

El 18 de agosto es la fecha límite para que la FDA (comité de expertos de la Admón de Drogas y Alimentos de EEUU) dé el visto bueno para la venta de la pastillita que vendrá a llamarse “Addyi”. Y ya he escuchado a varios hombres asegurar que si sus mujeres no están por la labor de experimentar el producto, ellos están dispuestos a meterle la píldora entre el bocata de jamón. Y yo, sin pretender desilusionarlos, insisto en que las cosas no funcionan así. En que los mecanismos que liberan el deseo sexual en la mujer tienen mucho más que ver con los consejos que daba Ovidio en “El arte de amar” que con cualquier tipo de fármacos. Obviamente, entiendo que las farmacéuticas se pasen las palabras del filósofo por el forro de los tegumentos pero, créanme, señores, que cuando Ovidio decía: “Las palabras tiernas producen el incendio de un corazón vacilante” o “Cuando se digne recibirte, apresúrate a complacerla; si se niega, retírate: un hombre discreto nunca es importuno”… sabía muy bien de qué iba la cosa.

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