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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Vivir con las coletas

“Carmencita, que sonrisa traes esta mañana, vienes muy contenta ¿verdad?” le dice la maestra a la niña. Y esta replica: “No vengo contenta, señorita, es que mi mamá me ha hecho muy tirantes las coletas”. Y les aseguro que mirando algunos rostros del famoseo y del no famoseo (que cada vez son más las anónimas que se “hacen coletas”) me viene a la mente el chistecito de marras.

Ya sabemos la tiranía actual que impone la sociedad en donde la arruga sólo es bella en la ropa y ni siquiera los arqueólogos valoran que sus mujeres vayan cumpliendo años. Pero yo creo que alguna vez hemos de decir “¡Basta!” y sublevarnos.  Me entraron ganas de llorar hace unos días que vi por televisión el rostro de la doctora Grajal, la mujer de Jaime Ostos, me dio la sensación de estar mirando un batracio. La pobre se ha estirado tantísimo la cara que la boca casi le llegaba de oreja de oreja.

A ver, que una cosa es cuidarnos, vigilar nuestra alimentación, hacer ejercicio, intentar ponernos las cremas que mejor cuiden la piel y que más se adapten a nuestro bolsillo, que esa es otra; cuidar la mente, mantener el espíritu joven, el ánimo positivo; cultivar las relaciones amistosas; salir, bailar, disfrutar del regalo de la vida… todo eso que sabemos que siempre es aconsejable, y otra sucumbir absolutamente a un rito imposible: el de la eterna juventud. No podría explicarles cuánto y de qué manera me impactó el rostro desfigurado de la señora de Ostos. La piel parecía un plástico extraño, como el de una muñeca hinchable, su cara sin expresión alguna, y aquella boca que le daba la vuelta al rostro… ¿No les parece penoso? ¿Tristísimo?  ¿Es que no tendrá a nadie que le aconseje que pare ya? Y ¿Dónde está ese famoso juramento que hacen los médicos de mirar por el bien del paciente? ¿Es que los de medicina estética no lo juran? ¿o es que el dinero permuta la deontología médica?

Tal y como están las cosas, cumplir años, más que una fiesta es un castigo, claro, que quienes piensan así no contemplan la alternativa a no cumplirlos. Pero es cierto: nos acercamos a las fechas de nuestros cumpleaños con temor, mirándonos en el espejo y sacándonos mil defectos, los que existan y los imaginarios. Por eso cuando alguna revista del corazón o de moda tiene los santos huevos de sacar a todas esas bellezones,  con las que nos comparamos de continuo, como realmente son… pues qué quieren que les diga… será una estupidez lo de “mal de muchos consuelo de tontos” pero cómo reconforta el ánimo. Tengamos en cuenta que de manera habitual  nos amargan la comida cuando se exhiben, o nos las exhiben las marcas de moda, con un rostro de ensueño, sin la mínima imperfección;  unos muslos de escándalo: torneados, perfectos, lisos, exentos de celulitis hasta las petardas que anuncian cremas anticelulíticas; unos pechos esbeltos ajenos a la ley de la gravedad; unos brazos como si se pasaran la vida cargando camiones de fruta: musculados y fibrosos y unos escotes ajenos a manchas,  pecas, arrugas de dormir… Así pues, tener la oportunidad de contemplar que los estragos del tiempo, de la comida basura, de los fiestorros, etc. les hacen a ellas la misma pupa que al común de los mortales… es una gozada solo comparable a descubrir que “eres más guapa que la novia de tu ex”. Ya, ya sé que alguno de mis lectores puede acusarme de superficial, pero estoy segura de que mis lectoras me están entendiendo a la perfección. Ojala pudieran ver ustedes las fotos que tengo ante mi mesa de trabajo: Kim KardasHian, Britney Spears, Rihanna, Sarah Jessica Parker… Paula Echavarría, Tamara Falcó y hasta Jennifer Lopez, jovenaaasssas y menos jovenazas con brazos, muslos y piernas llenos de piel de naranja, piel de sapo, depósitos adiposos, culetes caídos, pechos descolgados… vamos, pilladas a puritita traición, pero demostrando que son humanas, ni más ni menos. Como tienen que ser.

¡Basta! gritemos todas las mujeres ante tanto sometimiento a la figura femenina desde el principio de los tiempos y que no sólo no tiene visos de parar, sino que va en una escalada constante y continua: no pienses, no actúes, no engordes, no envejezcas, no camines… siglos para que las pobres mujeres chinas se liberasen de unos zapatos pensados para torturarlas e impedirles caminar y ahora se nos descuelgan, en nuestras narices, nuevos diseñadores con “tacones y formas imposibles, más dignos de admirar en un museo del fetichismo que de llevar puestos” (Gervasio Pérez y Cantal Ceña, dixit).

Que las coletas están bien a los menos diez años, pero a los cincuenta y mucho…, por favor,  que nos permitan recibir  las arrugas con dignidad. Y celebrándolo.

 

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