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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Pillines

Ya saben lo que dicen de la envidia: que es nuestro deporte nacional. Y es que nadie como nosotros para echarnos piedras al propio tejado. Aunque, arrimando el ascua a la sardina de la cosa, yo creo que el deporte que nos caracteriza, y en donde la competición se convierte en arte, es la pillería, el engaño, el fraude, la simulación. Y parece que, tristemente, los murcianos ganamos por goleada. Que el “Lazarillo de Tormes”, novela picaresca donde las haya, se publicara en 1554 no quiere decir, para nada, que esa forma de sobrevivir mediante el aprovechamiento propio sin pensar en el otro pertenezca al pasado y que en la actualidad no haya material suficiente para reeditar, hasta el hartazgo, ediciones actualizadas de pillines “an compani”.

Me quede anonadada hace unos días cuando escuché la noticia de la cantidad de fraudes que se cometían diariamente a las compañías aseguradoras de todo tipo, sobre todo en seguros de coche; así como la ingente labor de los detectives privados a la hora de desenmascarar a los truhanes. Inciso: quien no tenga trabajo que busque hacerlo como investigador privado, dado el número de estafas no creo que les falte trabajo. Decía textualmente en la televisión, a cara descubierta, una investigadora que: “el asunto de la jodienda no tiene enmienda” y que los matrimonios separados, bien por no pasar la pensión, bien por ostentar la custodia de los hijos, bien por fastidiar a la parienta o al ex, los contrataban para que destaparan sus trapos sucios. Lo mismito que hacían las compañías de seguros. Por lo visto, fingir una lesión cervical que jamás ha ocurrido, como consecuencia de un golpe automovilístico, así como engañar sobre amantes y amoríos es tan habitual como fingir un orgasmo.

Millones de euros se pierden cada año en pagar lesiones simuladas. Tendrían que ver algunos de los vídeos que me he tragado para escribir esto: pobres tullidos con muletas y sillas de ruedas que apenas pueden llegar al lugar donde les harán los reconocimientos de las aseguradoras y, oigan, que nada más salir de allí y doblar la esquina… ¡Alehop!, como si hubiesen ido a Lourdes: agarran las muletas como majorettes y a darles vueltas en el aire de camino al coche, o se levantan de la silla cual milagro citado en el Evangelio, la pliegan y la echan al hombro al igual que esos ciclistas de puertos de montaña en, donde según qué tramo, se hace necesario cargar con ella y cubrirlo a toda carrera pedestre.

Oigan, que me ha dolido que sea Murcia, junto con Cuenca y Jaén, donde se destapan más casos fraudulentos…, aunque mirado desde otra perspectiva, en lugar de pensar que somos los más sinvergüenzas, cosa que pica, por poco honor que se tenga…, también cabría argumentar que somos los menos tolerantes con la mentira, los que más buscamos que aparezca la verdad o donde menos paro tienen los detectives privados.

Es cierto que pensar que nueve millones de automovilistas justifiquen el fraude como si tal cosa… no nos deja bien parados, pero si a eso sumamos que más de cinco millones reconocen que no dudarían, ni por un momento, en engañar a sus aseguradoras si estuviesen “seguros” de no ser descubiertos… es como para hacérnoslo mirar. Manda romana que haya gente (como verán soy considerada y no utilizo el sufijo “uza”) que haya sido capaz de fingir hasta en más de diez ocasiones, y con aseguradoras diferentes, claro,  el mismo no-accidente para sacar una pasta que no deja de ser un robo. Aunque los hay peores: yo no me atrevo a juzgar si fue la desesperación o la imbecilidad lo que llevó a un sujeto a cortarse una mano para cobrar el seguro, pero, desde luego, hay que estar muy desesperado o ser…

A ver… yo no estoy de acuerdo con que estos modos de proceder puedan justificarse como pertenecientes a la idiosincrasia de nuestro país. Sería meter en el mismo saco a pachones y podencos. Más bien, considero que quienes lo hacen o estarían dispuestos a hacerlo portan una especie de gen cavernícola en donde nada se da por nada: si yo te doy un hueso que es mío a cambio de algo, llámese protección frente al mamut que pueda salirnos al encuentro…, pero esa circunstancia no se da -léase accidente real-, yo tengo que hacer lo humano o lo divino para que la prebenda que te di “porsiaca” vuelva de nuevo a mis manos.

Con todo esto me he enterado de que las compañías tienen concursos para premiar el fraude más gordo descubierto y, sinceramente, creo que deberíamos felicitarlas. No por ese concurso, sino por la habilidad de ponernos ante un espejo y lograr que nos desenmascaremos nosotros mismo el fraude que somos o podemos llegar a ser.

 

 

 

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