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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Amor y papel higiénico

Hace algún tiempo escuché de labios de una persona desencantada en temas sentimentales que “El amor era como el papel higiénico: se va acabando con cada cagada”. Nuestros abuelos, como en sus tiempos no existía ese tipo de papel, solían concluir el tema con “Obras son amores y no buenas razones”.

Lo que ocurre es que eso de depender del amor y de la obras de algún payo ajeno a uno mismo es complicado. Sobre todo por la parafernalia educativa y complicada con la que se nos alimenta desde nuestra más tierna infancia.  Y es que desde pequeñitos se nos inculcan dos ideas absolutamente contradictorias como si se tratase de la misma cosa, y luego pasa lo que pasa, que se nos hacen bosques las doctrinas y nos perdemos en ellos. Una es que hay que ser generoso con los demás, pensar en ellos antes que en uno mismo, darles el trozo más grande de pastel y reservar el más pequeño o peor cortado para nosotros… es decir, darle la primacía en todo. Mientras que, por otro lado, se nos conmina a que amemos a los demás como a nosotros mismos. ¡A ver si se aclaran! Porque, si hemos de ser los últimos en todo; tener en cuenta antes las necesidades de los demás que las nuestras…; amarlos como a nosotros mismos; sería darles el trozo más pequeño y chuchurrido de pastel o ponerlos en último lugar en sus necesidades manteniendo las nuestras en primer orden ¿O no?

Que mucho día especial para celebrar enamoramientos de pareja que, como científicamente sabemos, duran apenas unos meses (el enamoramiento, claro, que luego viene el amor de verdad, o de mentira) mientras que ni una palabra para concienciar a la peña de que lo que realmente cuenta es lo que ya dijera Oscar Wilde, que “Amarse a uno mismo es el principio de una historia de amor eterna”. Pero claro, vuelta la burra al trigo, nos encontramos con que la sociedad rechaza a quienes se aman como al prójimo tildándolos de “egoístas”; a los que cuidan de su imagen y la admiran de la misma manera que deberían hacer con los demás, denominándolos “narcisistas”; y a quienes se atreven a valorar sus logros y reconocérselos como lo harían con los ajenos acusándolos de “presuntuosos”. Así pues, ya me dirán cómo organizamos semejante guirigay de quítate tú que me ponga yo, o póngame yo si me dejas tú, que, finalmente, es quien ha de tener en cuenta y preferencia mi batiburrillo mental.

Seamos sinceros, seguro que nos hemos preocupado en conocer de nuestra pareja su color preferido, la comida favorita, la virtud  que lo caracteriza, el defecto que nos saca de quicio, su deporte predilecto… seguro que no nos costaría trabajo enumerar hasta media docena de virtudes de ella. Pero hagamos ahora un ejercicio de honestidad y respondamos con agilidad a esas mismas preguntas sobre nosotros mismos. ¿Podríamos? Probablemente no. Salimos de marcha a lugares en los que apenas podemos hablar, compramos con una música casi torturante, y nos acompañan los auriculares en todo momento. No nos quedamos en silencio casi nunca, nos asusta         -inciso: cuando salgo a caminar por el monte no puedo entender que casi todos los deportistas con los que me cruzo anden con los aparatitos conectados a sus oídos, sin disfrutar del sonido del viento entre los pinos; del crujir de las hojas secas bajo los pies; del canto de los pájaros, del ruido de las ardillas cuando escapan pino arriba… de la voz clamorosa del silencio de nuestro interior-, vamos, que no nos conocemos: paso número uno para aceptarse, amarse y comenzar esa maravillosa relación amorosa de la que hablaba el poeta. Y en ese proceso de enamoramiento no sólo cuentan las acciones, también lo hacen las palabras, y mucho. Recuerdo que en la película de “Criadas y señoras”, la vieja criada negra “obligaba” cada día a la niñita que cuidaba a que se dijera a sí misma: “Tú eres buena, tú eres lista, tú eres importante”. ¿Cuántas veces nos decimos a nosotros mismos algo parecido a eso? O todavía mejor: “A pesar de mis equivocaciones, me amo, me respeto, me valoro y me acepto total y completamente”. Pues no imaginan el maravilloso placer y la infinita calma que puede traernos a nuestras turbulencias mentales semejante mantra. Ya sé que el mayor problema reside en que andamos comparándonos con otros y calibrando nuestra valía dependiendo de los logros de los demás, pero saben: “Todo el mundo es un genio, pero si juzgas a un pez por su habilidad para trepar a un árbol, pasará el resto de su vida creyendo que es un idiota” (A. Einstein, dixit)

Mañana es el día de los enamorados. Por qué no celebrar una fantástica cita con nuestro amor… propio.

 

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