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Ana María Tomás

Escribir es vivir

En nombre de la solidaridad

 

Más que las palabras que nos recuerdan que polvo somos y en polvo nos convertiremos, me gustan esas otras poéticas de saber que “serán ceniza, más tendrá sentido;/ polvo serán, más polvo enamorado”, aunque, para serles franca, considero que es mucho mejor, una vez que se espiche, poder llegar a ser víscera enamorada que polvo. Ciencia ficción o brujería, que dirían apenas unos cientos de años atrás, y que, sin embargo ahora es algo tan milagroso como ser capaz de devolvernos la vida. Nunca más cierto la manoseada frase de que “las Ciencias adelantan que es una barbaridad”. Evidentemente me estoy refiriendo a los trasplantes de órganos.
Aquí en España, por suerte sabemos mucho de regalar nuestros órganos cuando ya no nos hacen falta. Yo creo que lo hacemos por solidaridad,  por empatía… porque somos capaces de ponernos en la piel de quien espera, siempre con un rayo de esperanza a pesar de la tardanza, un hígado, un corazón, un riñón… para poder ver nacer a su hijo, o para verlo crecer. Tenemos ejemplos de padres o hermanos que han regalado en vida uno de sus riñones. Y eso no es solidaridad, es amor en estado puro. Cuánto más lo harían cuando ya no les sirvieran a ellos. De todas formas, insisto, yo estoy convencida de que donamos por generosidad y por la conciencia de saber que no hacerlo sería la mayor de las gilipolleces posibles. Ya sé que el ser humano en temas de imbecilidades varias se supera cada día, pero es que… ya hay que serlo en grado sumo para preferir dejarse pudrir o quemar antes de seguir dando vida viviendo en otro ser humano.
De momento los españolitos nos mantenemos por vigésimo quinto año consecutivo, orgullosamente, a la cabeza del planeta en donaciones de órganos. Pues sí, queridos lectores, saquen pecho.
Pero hete aquí, que nuestro país vecino: Francia, ha visto incrementarse las listas de espera de trasplantes, en los últimos años, en un 46%, mientras que en ese mismo tiempo el número de personas dispuestas a que los suyos sean aprovechables solo ha crecido un 6%, así que, por obra y gracia de birlibirloque, y “En nombre de la solidaridad nacional…” a partir de ahora todos los franceses pasan directamente a ser donantes de órganos, a no ser que antes se hayan inscrito en el “Registro Nacional de Oposición”.  Parece ser que semejante decisión ha dividido al pueblo galo puesto que muchos no están para nada de acuerdo en semejante medida. Voces autorizadas en el tema como el señor Rafael Matesanz, Director de Organización Nacional de Trasplantes, considera que no es ese precisamente el camino. Pero a mí, francamente, me parece el más directo y el mejor. Ese o que hagan algo así como con la publicidad que incluyen los paquetes de tabaco que te quitan las ganas de fumar nada más ver las fotos, o sea, que cuando ingresen los franceses en hospitales les vayan pasando publicidad de lo que ocurrirá con sus amadísimos cuerpos nada más haberlos abandonado el alma. Ya sé que la mayoría preferimos no saberlo o no plantearlo siquiera, pero yo, que me he puesto al día para escribir esto, les aseguro que elegir entre bacterias como la putrescina, la cadaverina y todo un conjunto de fermentaciones que producen derivados gaseosos como el metano, el sulfuro de hidrógeno, el amoniaco… etc. que nos convierten en algo repulsivo y espeluznante, o la opción de seguir latiendo o limpiando sangres en otro cuerpo… no creo que a nadie le queden muchas dudas sobre qué elegir al respecto.
Acaban de estrenar en televisión una serie que trata de algo ya confirmado por los científicos: la memoria del corazón. En ella un trasplantado comienza a tener visiones sobre la vida del donante de su corazón. Esto es, efectivamente, y científicamente, excesivo, pero sí sé de personas trasplantadas que han comenzado a tener gustos extrañísimos que jamás antes tuvieron y que sí los poseían los donantes.
Realmente, por puro egoísmo, no tendríamos ni que planteárnoslo. Y, quizá, aquellos que tan férreamente se niegan a ello, tal vez estén haciendo un favor a los posibles receptores: no creo que les conviniera a ninguno llevar entre sus costillas un corazón de piedra.

 

 

 

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