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Ana María Tomás

Escribir es vivir

El nuevo enemigo

Después de cada uno de los atentados perpetrados por terroristas yihadistas, los conciudadanos de los asesinados se empeñan en hacer ver al mundo que nada va a cambiar en sus vidas, que ese hecho, por mucho que les afecte, por mucho que se haya llevado la vida de familiares, amigos, conocidos o desconocidos no va a lograr meterles el miedo en el cuerpo o hacerles cambiar sus rutinas. Pero no es verdad. No lo es.

El miedo, por mucho que nos empeñamos en negarlo, ocultarlo, alejarlo o reprimirlo se adhiere al reverso de la piel, se inocula en la sangre y estalla en el alma al menor ruido de un inocente petardo, a la menor alarma. Y se corre en estampida sin saber muy bien de qué se huye o hacía donde se va. Y da igual que se esté a la salida de un importantísimo partido de futbol en Turín o en una procesión solemne en Andalucía, se sale huyendo. En ese momento sólo impera el pensamiento de correr, de alejarse del lugar en donde estamos, de poner la vida a salvo. El miedo es libre, gratis. Se puede atesorar en cantidades industriales hasta adueñarse por entero de la vida y arrebatarla. Así que no. Que nadie diga que un atentado terrorista no va a cambiarnos la vida porque no es verdad. Ya no miramos igual al que camina o se sienta a comer junto a nosotros si adivinamos por su aspecto que podría “supuestamente” ser un “lobo solitario”.  Aunque…, seamos sinceros, el peligro, la amenaza a la vida, en realidad ya no tiene aspecto, ya no se sabe de quién o de dónde puede venir. Antes el peligro tenía un nombre, una cara incluso imaginada, como el lejano “tío del saco” de nuestra infancia: una figura sin rostro pero perfectamente definible. Pero ahora el peligro es indescriptible puede venir en forma de camión en un puente, de un atentado bomba en una discoteca o en cualquier lugar concurrido, de un cuchillo en la mano de alguien a quien le importa poco su vida y mucho menos la de cualquier otro ser humano…

Y es en esos momentos de terror donde surgen con más fuerza los héroes, esos extraños seres que no es que no tengan miedo, es solo que en su instinto básico predomina ayudar a los demás sin pensar en ellos. Y entonces se encaran con asesinos para defender la vida de alguien que ven en peligro sin detenerse a pensar que les puede costar la vida, como suele ocurrir la mayoría de las veces, como le ha ocurrido, tan recientemente, a nuestro compatriota Ignacio Echeverría. Los héroes son aquellos que aparcan el peligro, que no calculan las consecuencias de su acción, que únicamente piensan en ayudar y que ese pensamiento es superior al miedo. Pero que nadie diga que el miedo no nos va a cambiar la vida, porque la verdad es que ya nos la han cambiado sin enterarnos.

Por supuesto que el miedo es una de las emociones básicas que ha permitido sobrevivir a la especie humana, pero siempre y cuando haya servido para ponernos a salvo, no para paralizarnos o condicionarnos la vida. Que nos hablen a las madres de miedos… los conocemos todos, en el amor a los hijos entra tanta variedad como imaginación inservible para protegerlos de ellos.

Apostamos, o al menos queremos hacerlo, por una vida en donde el miedo no sea el norte de nuestra brújula, aunque no nos lo creamos,  porque sabemos que claudicar abierta y reconocidamente ante la aceptación de que el miedo nos domina es sabernos vencidos, reconocernos derrotados, otorgarles el poder de nuestras vidas haciéndonos voluntariamente sus presos. Por eso, ahora más que nunca es preciso recordar las sabias palabras de doctor, psiquiatra y escritor judío austriaco Vicktor Frank, prisionero durante mucho tiempo en los campos de concentración nazi y que dedico su vida a ayudar a los demás demostrándoles que “al hombre se le puede quitar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas: la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias para decidir su propio camino.

Sabemos que tenemos un nuevo enemigo, una especie de “alienígena” al que no podemos distinguir porque tiene nuestra misma apariencia. Y es posible que perdamos la libertad de caminar sin recelo por nuestras ciudades… y es posible que sigan matándonos vilmente, pero… también podemos actuar como los héroes demostrándoles que no les tememos. Posiblemente ellos no se sientan derrotados pero nosotros sí podremos sentirnos victoriosos. Y ahora, gracias a I. Echeverría, mucho más.

 

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