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Ana María Tomás

Escribir es vivir

El poder de una mentira

 

Hace unos días, las redes sociales se inundaron de fotos de una esperpéntica caricatura humana de la actriz Angelina Jolie perteneciente a una joven iraní que se había operado “nosecuantasveces” -cincuenta para ser exactos- con tal de parecerse a la citada actriz, pero que, a pesar de ello, el resultado no sólo no había logrado el ansiado parecido, sino que, por el contrario, la había desfigurado hasta hacerla parecer un monstruo. Al mismo tiempo, la información se acompañaba de fotos de la susodicha antes de las operaciones, en donde se la veía preciosa, dueña de un físico envidiable y armonioso; y después, cuyo rostro era una parodia de la novia cadáver.

 

¡Impactante! era el menor de los adjetivos dedicados a la muchacha. Las imágenes y la noticia se volvieron virales, las fotos comparativas se reenviaban de grupo en grupo en el “guasap” y los comentarios eran, como pueden entender, de absoluta incomprensión e incredulidad. Eso sí, como contrapartida su cuenta de Instagram se disparó (para los lectores que no tengan pajolera idea de qué puñetas es eso, les diré que es una especie de pizarra pública cibernética en donde alguien pone sus fotos y muestra impúdicamente cuanto de su vida privada quiere para que otros la vean y le den a un botoncico que dice que les gusta mucho). Y eso pasó, que de la noche a la mañana la criatura y su pizarrica subieron como la espuma porque todo el mundo entraba a verla instigado por otros e intrigado por ellos mismos a ver cuánto de rareza acumulaba la muchacha en cuestión. No podemos decir que no le gustara el éxito logrado, a fin de cuentas a quienes andan preocupados por el “megustanomegusta” de los demás no les duelen prendas en recurrir a cualesquiera tretas para aumentar esa ficticia y gilipollas sensación de sentirse alguien porque haya un número mayor de ojos puestos en ellos, peeeero… el éxito fue tan alarmante, los comentarios debieron de ser tan… “impactantes” que la joven iraní Sahar Tabar, que así se llama la interfecta, se vio obligada a decir que, aunque era cierto que había pasado cincuenta veces por el quirófano, el conseguidísimo aspecto de zombi descerebrada era también resultado de unas cuantas horas de maquillaje y de unos arreglitos de fotoshop. Y que, a fin de cuentas, había dado una lección de cómo hacerse famosa en apenas unas horas.

Y aquí viene el problema o los problemas, porque uno de ellos serían las causas que pueden mover a una persona a buscar, a cualquier precio, seguidores que demuestran que si ella está como una regadera no lo están menos aquellos que buscan morbosos contemplar la deformidad de una joven que ha pasado de ser un bello cisne a convertirse en un repugnante sapo de cloaca; otro problema estaría en cómo es posible que se pueda aceptar que todo es válido para conseguir una fugaz fama que ni siquiera tiene un minuto de gloria entendiéndose “gloria” en la más castiza de sus acepciones… pero el mayor de todos los problemas es que, en realidad, y sin maquillaje alguno que la deforme más, la chica de diecinueve años, ¡diecinueve! es un esperpéntico esqueleto de cuarenta kilos que se ha sometido a una liposucción y a cincuenta operaciones de cirugía estética. Eso sí que es un problema. Y otro añadido y no menor, que las redes sociales sirvan para incendiarse con los resultados de lo ya expuesto aquí y no lo hagan para prevenir que esas cosas ocurran, para proveer y proteger con valores y autoestima a nuestras hijas, para hacerles ver que no tienen que parecerse a nadie “famoso” o famosillo para ser más válidas o gustar más. Y si seguimos hablando de problemas hablemos de lo que ya decía Göbbels, mano derecha de Hitler y voz del Tercer Reich: “Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. Al final ha resultado cierto y la supuesta mentira ha devenido en una cruel verdad. O quizá nunca hubo mentira en esa buscada y cadavérica exposición, a fin de cuentas, cada uno es feliz con la mentira que más le gusta.

 

 

 

 

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