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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Naufragios varios

 

Tengo la costumbre -no sé si buena o mala- de guardar revistas, artículos, recortes de periódicos, vamos, papeles, como si fuesen joyas y, de vez en cuando, cuando el tiempo me lo permite, abandonarme al naufragio de ese mar de papel. Bueno, pues se me ha ocurrido ojear una recopilación de revistas -editadas especialmente para la mujer- correspondiente al mes de abril de varios años consecutivos y cuál no sería mi sorpresa (mentira cochina, era algo que esperaba) al comprobar que año tras año con la vuelta cíclica de la primavera volvían una y otra vez las mismas estupideces, las mismas vacías preocupaciones, las mismas enfermas dietas de adelgazamiento, los mismos ejercicios que nos prometen un pecho fuerte y exuberante, un vientre plano como una tabla de planchar, una cintura de avispa, unas piernas de vértigo, unos brazos perfectos y la cara… bueno la cara, carísima, porque ahí no hay ejercicio posible que la mejore, sólo cirugía o un saco. Porque ninguna revista dice que la cara es el espejo del alma y que con los años vamos teniendo la cara que nos merecemos (algunas más duras de la cuenta); pero todas las revistas presumen de saber cuáles son los gustos de nuestros hombres, ignoro si lo han averiguado preguntándoselo y deduciéndolo por estadísticas -ya saben: mentiras, grandes mentiras y estadísticas- o por ciencia infusa, y en base a esos conocimientos se permiten aconsejarnos cuál es la mejor forma de pasar hambre, o qué tipo de hambre es más recomendable, o qué hambre nos conviene para reducir centímetros de aquí o de allá, a fin de cuenta: hambres milagrosas, para convertirnos en poco tiempo en anoréxicas clónicas, que es lo que, “se supone”, gusta a ellos. Aunque yo siempre he tenido la duda de si a la hora de gustar lo que queremos es  gustar a ellos o a ellas, es decir, si la mujer no se arregla más para las menganitas que para cualquier hombre.

 

Porque todo este rollo macabeo de intentar emular a las fulanitas de turno, además de ser imposible -en el mundo no solo tienen derecho a vivir las flacas y bellas-, es estúpido porque cuando viene el amor suele hacerlo, la mayoría de las veces, de la mano de un compendio de antítesis de todas las concepciones que durante mucho tiempo albergó la mente. No nos enamoramos de un prototipo, nos enamoramos de una persona y ni siquiera nos preguntamos qué nos enamora de ella, es ella y ya está, aunque no sea como la imaginábamos, aunque sea de afiliación política, religiosa o deportiva, distinta a la nuestra.

 

Pero las revistas siguen maceando año tras año -me imagino que no les irá muy mal cuando lo hacen- con que perdamos nuestra “humanidad”, nuestra individualidad y nos adocenemos dentro de un grupo de juzgado de guardia: es un pecado mortal dejar de comer para estar famélicamente de moda, cuando hay personas que son explotadas laboral y sexualmente para conseguir un poco de pan al día. ¿Quién dicta tan estúpidas normas sobre la moda para que seamos tan absolutamente ingenuas o imbéciles para continuar siguiéndolas? Y si no se es capaz de seguirlas o, siguiéndolas, de conseguir la silueta que otros pretenden para nosotras ya tenemos razones suficientes para abandonarnos a la frustración y a la depresión ¿Será todo este montaje producto de alguna oscura asociación psiquiátrica?

 

Hace un par de años que unas amigas mías, muy puestas en la cosa, me aconsejaron que dejara de utilizar medias finas y me pasara a las opacas. La idea me encantó porque soy muy friolera, pero ahora está haciendo furor en las celebridades -y no del intelecto- salir en pleno invierno sin media o calcetín alguno en los saraos festivos. Vamos a ver ¿es de locos o no? Porque si no es de locos es de gilipollas integrales.

 

Que sí, que no niego que sea importante estar bien por fuera y, además,  parecerlo, pero como la naturaleza es injusta y cruel y dota con sus dones arbitrariamente…, o bien nos vamos a Lourdes y que la Virgen nos haga un milagro, o conducimos parte de los esfuerzos en conseguir tanta belleza exterior en cuidar algo más de esa otra belleza interior tan descuidada en la primavera y en las revistas. O nos vamos todas al garete y naufragamos, una vez más, en el proceloso mar de la estulticia.

 

 

 

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