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César García Granero

Literatura y otros placeres

DEVORAR A GABO

Hay gente insustituible por una razón sencilla: al morir no solo deja un legado, deja también un vacío. Hablo de García Márquez, que nos ha hecho legatarios de una lección imborrable: la gran literatura no está reñida con la alegría. Quizá fue por eso que llegó a tanta gente. Él escribía como los ángeles y, además, lo hacía de una forma divertida y amena. Quizá no haya nadie a quien haya leído más y con más ahínco. Me acuerdo de la biblioteca de La Unión y de Paco Ródenas, quien me nutrió de clásicos en mi época de colaborador de este periódico, hace ya algunos años, cuando cogía el FEVE de La Unión a Cartagena para trabajar. En aquel entonces devoraba a los grandes de aquí o de allá a un ritmo de tres o cuatro horas por día. Fitzgerald, Tolstoy, Hemingway, Alejo Carpentier, Capote, Blasco Ibáñez…, todos y, por encima de todos, García Márquez.
Fue Paco Ródenas quien me sacó de un estante ‘Cien años de soledad’, todo un descubrimiento y quizá la única novela de Gabo que no he releído, por aquello de no perder el encanto, pues la memoria embellece aquello que disfrutamos un día y hay cosas que mejor dejarlas quietas. Luego cayeron todas: ‘El amor en los tiempos del cólera’, que habré leído como unas cuatro o cinco veces, ‘Crónica de una muerte anunciada’, ‘12 cuentos peregrinos’, ‘Del amor y otros demonios’… No hay una sola, salvo la primera, que no haya releído. García Márquez ha contado más de una vez que un día leyó ‘La Metamorfosis’ y se quedó boquiabierto al ver que Kafka convertía a Gregorio Samsa en una suerte de escarabajo. «Ah, ¿pero esto se puede hacer?», se preguntó Gabo en el preludio de lo que sería su literatura: a partir de ahí la pobló de magia,  fantasmas y supersticiones que en su caso no son gratuitas, sino brillantes. Un mundo paralelo que convive con este y en sus páginas parece más real que el verdadero.
Él dio la clave en otra ocasión: no se trata de contar solo cosas verosímiles, se trata de contar cosas fantásticas y hacerlas verosímiles. Siempre que te las puedas creer, son novela también. Y en eso, él ha sido el mejor. Él ha hecho lo que parecía imposible: convertir la magia en carne y hueso. Su legado es maravilloso, imborrable, eterno y divertido, con olor a guayaba y sonidos de vallenato. Su cuerpo es ya ceniza, su obra no. A sus páginas se le puede aplicar aquellos versos de Quevedo:
Su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.

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