Estoy terminando una novela, amigos, así que el otro día hice una pausa a eso de las doce de la mañana y me fui a cortarme el pelo para que me diera el aire. Mi peluquería está en el centro comercial de Nueva Condomina y allí que entré. Nada más llegar me encontré con una cola kilométrica de gente entre los 20 y los 40 años que algo esperaban. Al lado había un local con carteles que avisaban de la inminente apertura de una perfumería, así que supuse que aquellos ciudadanos buscaban trabajo. Qué ingenuo. Al poco comprobé que la cola partía de la tienda Apple situada justo más adelante. Cometí el error de preguntar al primero: “Perdona, ¿qué hacéis aquí?” A lo que el otro, más fresco que una lechuga, me contestó: “Esperando para el iphone 6”. Me quedé de piedra. Miré a los guardias de seguridad y me dijeron: “Sí, es increíble, llevan horas y horas aquí”. Resulta amigos, que todos aquellos ciudadanos no parecían empresarios forrados ni pijeras vestidos de Tommy Hilfiger, no. Eran gente normal, humilde, que en horario laboral pueden hacer horas y horas de cola para comprarse el último caprichito tecnológico que puede llegar a los 900 euros. ¿Qué está pasando? ¿Cómo convencemos a los políticos, a los empresarios, de que hay gente en la calle, embargada? ¿De que dejen de rescatar bancos y ayuden a la ciudadanía si hay gente que hace estas cosas? ¿En qué momento perdimos el norte?