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Vuelta a Lobete con regusto amargo

El viernes vuelvo a Lobete. Parece mentira, pero llevo algunos días dándole vueltas. Después de muchos años siguiendo al Clavijo, acompañarle en el traslado al Palacio, verle crecer, a veces gozarlo y otras sufrirlo, me tocó la hora de irme y seguir sus pasos desde una prudencial distancia. Ya tocaba volver.
El viernes me va a costar no ir directo a la puerta de acceso a los vestuarios y a la pista, con la sonrisa de Pitu abriendo el paso.
Aunque ya no es la caja de cerillas, incómoda pero encantadora, de antes, yo regreso a aquel Lobete de los torneos de Navidad, del All Star, de los partidos de España, la URSS del joven Sabonis, de los juveniles Navarro, Raúl López, Reyes…
Y de los malos ratos. De los peores.
Los de una tarde a primeros de noviembre cuando se le partió el corazón a Ernesto de la Torre, un chaval malagueño que cayó como una marioneta sin titiritero cuando perseguía su sueño de ser jugador de baloncesto. No olvido el intento de Salva Díez por levantar a su compañero caído y su rápida reacción en cuanto se percató de la gravedad de lo ocurrido, los dramáticos intentos de reanimación, y el dolor de los días posteriores.
Y recuerdo un reportaje que no me quedo más remedio que escribir que contaba cómo un niño le decía a su padre: “Papá, Ernesto no se levanta. Me dijiste que se iba a levantar”.
Los buenos ratos fueron más. Muchos de ellos de la mano de las lecciones del sempiterno Salva, que volvió hecho un señor de donde se marchó siendo un niño, con su carisma, con tanta humildad como grandeza, para mostrar de cerca su categoría, personalidad y simpatía.
En Lobete, con el Cajarioja, aprendimos muchos a ser profesionales. Unos desde la cancha, con la oportunidad de ser profetas en casa. Algunos, como Sanfrutos, ya se habían hecho su hueco fuera. La mayoría vio recompensados sus años de dedicación por los campos interautonómicos. Emi, Richi, Santamaría, Óscar,…
Desde el banquillo, el visionario Manolo estrenaba su proyecto en EBA y se apartaba después para que Frade se abriera paso (y ahí sigue, dando pasos firmes con su perfil jasp).
Y, tras una mesa a pie de pista, uno intentaba hacer con letras profesión de su afición,  casi siempre  gozando, junto a Sergio Moreno,  del baloncesto y de la compañía.
Y cuando el viernes, mientras Borja  Arévalo, el chico de oro, corra en busca de su sueño, me temo que mis ojos solo serán capaces de verme tras esa mesa a pie de pista, tomando mis notas, mirando las gradas llenas y siguiendo los pasos tranquilos en la cancha de las zapatillas azules brillantes de Charly.

El baloncesto visto desde el punto de vista del aficionado

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