Lo acepto, es más, no me importa confesarlo, tampoco pienso disimularlo ni una pizca. Esta mañana me he levantado furiosa, iracunda, de mala leche e irascible hasta decir basta. Y eso que aún me duelen los pies y me tiembla la tarjeta del puñetero black friday, pero reconozco que no me pude resistir. Ni con esos miles de trapitos y caprichos de mis compras de ayer se me va a mejorar el humor, qué va. Lo grave de todo es que tampoco tengo intención de cambiarlo, por la simple razón de que mis motivos tengo para ello, ¡ya quisiera yo que no los hubiera!
Y la culpa la tiene, ni más ni menos, que este asqueroso 25 de noviembre señalado de rojo en el calendario y no por festivo. Está pintado de rojo sangre, de la sangre de todas estas mujeres anónimas cuyo único delito ha sido nacer siendo mujeres. Viene señalado de rojo por el dolor de sus hijos, de sus madres, de sus padres, de sus amigos, de sus compañeros de trabajo, de sus vecinos, de los que nunca las conocimos, pero que, por desgracia, tuvimos que ver su foto en un telediario.
Me niego a justificarlo por eso de que estas cosas siempre han sucedido, pero que como ahora salen en las noticias se oyen más… ¡Pues peor me lo estás poniendo! Me niego a creer que no hemos aprendido nada en todos estos años y que lo único que somos capaces de hacer es salir a la puerta de los ayuntamientos a guardar un minuto de silencio. Y me niego porque está claro que en algo nos estamos equivocando. ¿Por qué la mujer acosada es la que tiene que llevar un policía a su lado? Entonces, ¿qué es lo que tendría que llevar el acosador? Si a nuestras hijas les enseñamos que nuestra libertad empieza por la independencia económica, afectiva y emocional, ¿qué hacemos leyendo literatura mediocre en el que la sumisión femenina es el papel principal frente a la posesión de la masculinidad de un personaje empoderado frente al de la chica? Me niego a conformarme con cifras y porcentajes, esos números no nos van a devolver a Maruja, a Teresa, a Ana, a Cristina… Y lo que es peor, no me aseguran que el próximo año, este mismo día, no tenga que volver a sentirme igual de indignada que hoy.
Y ahora es cuando los neomachistas, llenos de razones, sueltan eso de que hay muchas que denuncian en falso, ¡¿perdona?! ¿Eso es razón para que no se les reconozca su dolor a las que denuncian con sinceridad? No señores míos, me niego a que las excepciones hagan granero.
Vale, ya tenemos un número de teléfono que no deja rastro en la factura, tenemos atención especializada en comisarías y juzgados, tenemos a la sociedad mucho más concienciada, pero ¿alguien me puede decir qué hacemos con el miedo paralizante que la bloquea para tomar decisiones y poner en marcha todo lo anterior? ¿Qué hacemos con ese temor a involucrarnos cuando oímos gritos en la casa de al lado? ¿Y con esos hijos acobardados y en shock emocional provocado por las lágrimas de su madre? ¿Y con ese tipo que no pega puñetazos, pero sí clava puñales en el alma porque es su amo y señor? ¡Ya lo tengo! Declaramos un Día contra la Violencia de Género y asunto arreglado.
Lo acepto, estoy culpando a todos y eso no es justo. Los que de verdad queremos que este día deje de estar señalado de rojo sangre en el calendario tenemos en nuestras manos la solución. Tan fácil como mostrar tolerancia cero a cualquier situación que en una relación entre un hombre y una mujer no hable del amor. O educar a nuestras hijas en el respeto a sí mismas, en que su dignidad no está en venta y, sobre todo, que su felicidad nunca dependa de nada ni de nadie, sino de ellas mismas y de su paz interior. Qué mejor que ayudar a nuestros hijos a ver en la mujer a una compañera y no a su rival, a una persona y no a una posesión, a alguien con quien compartir las alegrías, las penas, las ilusiones, los sueños, el amor y el desamor siempre desde el respeto y nunca desde el orgullo masculino, que, no sé yo muy bien, en qué se diferencia del femenino. ¡Y que todo esto sea prioritario!
Quizá este arrebato con el que me he levantado se me pase un poquito el día que me entere de que hay una “manada” enchironada para el resto de sus putas vidas, y no porque lo diga yo, sino porque la Justicia se lo explique a ellos y a todos los que se divierten con el dolor de otros.
Sueño y confío que el miedo y la impotencia nunca más marquen de rojo la hoja de un calendario.