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Mar Peté

Desde mis tacones

Las princesas mudas

gfÉrase una vez un lugar en el que las princesas se habían quedado mudas. Un lugar en el que algunos príncipes, lejos de ser valientes defensores del bien, preferían ser todopoderosos y no había mayor placer para ellos que abusar de esos privilegios. Y mientras ellas eran mudas, o eso creían, el resto de los habitantes del reino se hacían los ciegos y sordos. Incluso el cuello les dolía por esa dichosa costumbre de llevar girada la cabeza, siempre bien seguros de mirar hacia otro lado.

Érase un mundo que se llamaba Hollywood, despachos, universidades, partidos políticos, empresas, teatros… Era un mundo en cualquier lugar donde la desvergüenza de unos pocos osaba poner precio a la dignidad de mujeres que simplemente anhelaban y deseaban ver cumplidas sus ilusiones. Tan solo querían llegar tan lejos como fueran capaces, tenían sueños con los que poder ser felices mientras actuaban, bailaban, aprendían, ganaban elecciones o alcanzaban la máxima responsabilidad en su profesión. Mientras algunas lo consiguieron, otras no, pero otras muchas pagaron y sufrieron los daños colaterales con su mudez y su miedo.

Y pasaron los años, con sus días y sus noches, con sus silencios y con sus secretos a voces… Y de pronto, en la lejanía se oyó una voz tan tímida como valiente. Esa que, poco a poco, fue haciéndose cada vez más clara. Primero una princesa, después otra y otra hasta que empezaron a recobrar la palabra… ¡Ya no eran mudas! Y les dio por contarnos al mundo las fechorías de un puñado de indeseables príncipes, que en absoluto eran caballeros adalides del bien. La realidad los desenmascaró y vimos sus caras de desalmados auténticos que aprovechando su poderío, se beneficiaron sin escrúpulos desde su bravuconería. Y así fueron robando a toda dama que se les cruzara sonrisas, sueños, ilusiones, corazones indefensos e inocencias desprotegidas. Pero ya no, porque de aquella voz han nacido otras, ya por fin es posible escuchar un hermoso coro entonando y exigiendo un bello canto a la justicia.

Ni mi trasero ni mi boca ni mi cama están a disposición de tu prepotencia. Ya no pienso callar, porque la valentía de unas pocas ha hecho despertar el coraje de las princesas mudas, de aquellas damiselas asustadas, de las miles de mujeres que su único pecado fue desear ser lo que sus sueños les empujaban.

-Para mí que las mujeres se han vuelto todas locas. ¡Ya será para menos! ¿A ver si es que ahora va a resultar que a todas las han pasado por el catre? Y bla, bla…- ¿Será que prefieres no saber o es que quizá tienes algo que esconder para justificar tu currículo de abusador?

Pues quizá sí, a lo mejor es que hemos tenido que perder esa cordura que nos inculcaron y que, sin querer, nos hacía cómplices y víctimas a la vez. ¿Que estamos todas locas? Puede que sí, pero lo cierto es que nunca me he sentido más orgullosa de la cordura y de la valentía de mi sexo. Por fin ha llegado la revolución, por fin la prepotencia es un delito, por fin sobrepasarse no es algo gracioso que contar a los amigotes en la hora del café. Por fin mi dignidad es intocable y no está para que la manosees y te fanfarronees de ello.

De la mano de todas ellas vamos los demás. Porque no estáis solas, porque ya está bien de que nos escondamos en nuestro caparazón, que ya no nos vale el conformismo diciendo: “Esas cosas han pasado toda la vida”, ¿y? Me niego a que la falta de respeto a una mujer se compute como un mal menor y se confunda con tradiciones heredadas de padres a hijos… ¡Se acabó! ¡Me too!

Érase una vez un reino en el que desear alcanzar lo inalcanzable no tiene precio, tan solo con luchar por ello y demostrar que puedes, es suficiente. Érase un lugar en el que ser hombre no es un cupón de recambio para que tus superpoderes puedas utilizarlos sin miramientos. Érase una vez un cuento en el que las princesas tienen vida propia y los valerosos caballeros se ocupan de asuntos mucho más interesantes que andar despertando a bellas durmientes porque, me temo, que estas de adormiladas tienen ya bastante poco.

Y de pronto, aquel lejano país se ha convertido en un mundo en el que hombres y mujeres disfrutan y comparten los mismos privilegios, donde amar y ser amado no depende de la oferta y la demanda de los puestos de trabajo y donde mi cuerpo y mi placer no son moneda de cambio de mis sueños y mis ilusiones.

Y colorín colorado este cuento por fin ha acabado con esos indeseables, bellacos, pícaros, trúhanes, cabrones, malnacidos, destrozailusiones, dominadores y todos los hijos de p… que podamos seguir añadiendo a esta lista. Porque yo no soy muda y mi voz es la vuestra… ¡no estáis solas!

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Sobre el autor

Contar historias, soñar ilusiones, sentir la vida, compartir sensaciones, descubrir secretos, atravesar lo prohibido... Porque vivir es reír y disfrutar, es contagiarse de la alegría. Porque detrás de cada experiencia siempre hay miles de caminos esperándonos y yo me niego a quedarme quieta. Y como no hay nada como ser el protagonista de nuestros errores y aciertos, de nuestras dudas y de nuestras decisiones, aquí estoy, dispuesta a pasar contigo estos relatos llenos de magia. Un día descubrí que escribir desde lo alto de mis tacones era mucho más divertido y entonces me di cuenta que desde aquí arriba la vida se veía tan bonita que decidí compartirlo. Quizá al leer mi blog te digas: "esto me pasó a mí", "anda, esto me suena", "qué bueno, nunca se me habría ocurrido", "¿será posible que estas cosas ocurran?". Con el deseo de que lo disfrutes cada semana con una sonrisa, de que te haga revivir sensaciones y, sobre todo, para que entre risa y risa, también te ayude a darle vueltas a la cabecita y después salgas a comerte el mundo, antes de que el mundo te coma a ti. ¡Bienvenido al blog "Desde mis tacones"!


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