Que revolotean vientos nuevos, ya estamos enterados. Que huele a fragancias con perfumes revolucionarios, con olores que nada tienen que ver con aquellas colonias de machomen que nos pintaban bajando una cremallera buscando a Jacks, además de evidente es grandilocuente. Los que apestaban a “varon dandis” se han trasnochado dando paso a colonias de olores frescos y arrebatadores, de bellezas interiores e inteligencias superiores.
Ahí están nuestras 11 de 17. Tenemos un nuevo gobierno que habla en femenino porque no tiene nada que demostrar y mucho de lo que sentirse orgullosas. Tenemos también muchas ganas de que lo que hoy es un notición, algún día sea absurdo resaltarlo por evidente y poco sorprendente. Tenemos 11 de 17 que van a trabajar duro, y yo pienso seguirles sus pasos, porque ese 11 es un techo de cristal roto, machacado y conseguido. Es una canasta de tres puntos.
Quiero pensar que son 11 por el mismo motivo que podían ser 15 o 9. Que están ahí porque lo valen, porque se lo han currado, porque pueden, porque son de fiar y no porque un número de mayoría las ha colocado en un despacho. Ni cosificadas, ni empoderadas, ni tampoco numeradas para la paridad. Porque yo lo valgo, y punto.
¡Chicas, a ponernos las pilas! Con ese grito de guerra me he levantado esta mañana. Si ellas pueden, yo también. Pienso ser la primera ministra de lo que me proponga. Y aviso que yo soy de las que cuando me pongo, me pongo. A la basura con esas melindrices de querer ser pero con la boca pequeña. Mi lema es: “Si quiero, puedo”. ¡Quién mejor que yo misma para autorizarme a llegar a lo que quiero! ¿Por qué esperar a que otro me proponga? A caso, ¿va alguien a ser mejor que yo para hacer de mí una versión mejorada? Ni quiero ni puedo. No pienso demostrarle nada a nadie. No necesito otros ojos que hagan por mí lo que yo solita soy capaz.
Reconozco que estas 11 de 17 me han dado un buen empujón. Bueno, más bien ha sido un patadón en el trasero. Y así estoy, en plan chica guerrera, sin autobarreras y dispuesta a lo que sea. Ya no me valen mis excusas miedicas: algún día quizá, esto es lo que hay, seguro que hay gente mejor que yo… ¡ya está bien! De yo a yo: si no estoy ahí es porque no quiero, porque no me lo curro o porque me atrinchero a esperar a que otro me saque de paseo. Tengo claro que sentada en mi sofá lo único que voy a cambiar es del canal de la televisión, porque mi vida y el mundo solo lo puedo voltear con mi cabeza preparada, con los pies en la tierra y dispuesta a llegar a donde yo solita me proponga, sin deber favoreces ni trueques. Porque sí, porque me lo merezco de principio a fin.
Es curioso, miro a las 11 de 17 y me veo a mí. Con ellas vamos a saltar más allá y hasta el infinito. Solo les pido una cosa, que cuando ellas miren, también nos vean a nosotras, a mí, a ella, a todas las que hemos decidido que sí podemos, a todas las que queremos sin que sean otros los que quieran por nosotras, a las que quieren y no se atreven, a las que el miedo, el poder y un velo no las dejan ser.
Desde aquí lanzo un grito, por si alguna está todavía en ese sofá a la espera de lo que otros decidan lo que le corresponde: “¡Las chicas somos guerreras!”. Pues sí, pero lo curioso es que no pienso librar ninguna guerra que no sea conmigo misma. Nunca me ha gustado la violencia, ni física ni verbal, y mucho menos la psicológica. No quiero despreciar a otros, para que a nosotras nos aprecien. No deseo pisar a nadie, para yo conseguir lo que me merezco. No pienso dañar a los que se creen que saben decidir lo que mejor para mí. No, la cosa no funciona así. Cuando lo han hecho conmigo no me ha gustado, no voy a ponerme a la altura de cerebros minúsculos, de rencores predemocráticos, de guerrillas en las que todo vale. Mi mejor arma: la palabra. Mi mejor mensaje: el respeto. Mi mejor sentimiento: el reconocimiento. Mi mejor aliada: la sinceridad de mis afectos.
No tengo mesa, ni despacho, ni cartera, ni ministerio. Pero, en cambio, lo que sí tengo es una vida plena, una ilusión cada mañana, unas ganas locas de comerme el mundo, una cabeza llenita de ideas y muchas más que están por venir. Aunque reconozco que de lo que más tengo es una enorme alegría por ver lo que mis ojos creían que no iban a ver en mi vida: 11 de 17.