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Pachi Larrosa

El Almirez

Contra el esnobismo enológico

Tengo un amigo que la primera vez que acudió a una cata pública, cuando se dijo de un vino que tenía un menisco vivo, aseguró todo serio que no sabía que los vinos tuvieran rodilla. La verdad es que todas estas poéticas y floripondiosas descripciones  propias de las fichas de cata pueden acabar siendo contraproducentes a la hora de acercar el vino a los consumidores y algunos expertos ya han advertido de este peligro. Si una de las máximas de los periodistas es que deben escribir para el lector, no para las fuentes, algo parecido debería ocurrir en las etiquetas: las bodegas, los enólogos deberían describir los caldos no pensando en los expertos como ellos, sino en los posibles consumidores. Porque no hace falta ser un enólogo o una nariz de oro para entender la descripción de un vino, siempre que se ponga en relación con unos referentes comprensibles. La función didática de este tipo de descripciones puede hacer mucho por el vino. Pero claro ya me contarán qué referente es «aroma a heno mojado»; ya me dirán ustedes quién ha olido alguna vez el heno mojado; es más, ya me dirán ustedes dónde hay a estas alturas de la película, heno moja do. ¿En la boca del metro?

Desde hace unos días se ha convertido en viral (fómula snob y pijotecnológica para aseverar que algo lo ha visto tó dios) un vino producido por las bodegas murcianas Bleda para la vinoteca Vinissimo, de San Javier, Monastrellísimo, cuya etiqueta es una obra maestra del uso de la ironía y el humor contra el postureo vitvinícola. La reproduzco fielmente: “Tinto de fuerte color, rojo púrpura intenso con ribetes violáceos, muy expresivo y afrutado en nariz con taninos vivos en boca y con gran estructura”… Normal, ¿no? Pero aquí viene lo bueno: “Como si te digo que… unos leperos vampiro de buena familian lo recolectan solo en noches de apareamiento del cernícalo real mientras escuchan a Chiquitete (los leperos). Acto seguido se fermenta en barricas de tungsteno construidas por glamourosos enanos carlistas con crestas de colores. Te lo vas a creer igual”. ¡Fantástico! Hay que desacralizar nuestra relación con el vino, romper con esa liturgia que impulsa a buenos degustadores pero en absoluto expertos a ensayar toda una ceremonia gestual cada vez que un camarero, tras el obligado ¿quién va a probar el vino?, decanta una pequeña porción en la copa del elegido con tal de no quedar como un ignorante ante un sumiller que se presenta ante nosotros como si fuera el gran maestre de una logia masónica. Al fin y al cabo, la inonía, el humor inteligente casan perfectamente con los placeres de la buena comida y el mejor vino.

Sobre el autor

Periodista, crítico gastronómico. Miembro de la Academia de Gastronomía de la Región de Murcia.


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