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Pachi Larrosa

El Almirez

Bares, el eslabón débil

La pandemia ha pone en grave riesgo a un gran número de estos locales que son una de nuestras señas de identidad

¿Qué ha pasado en estos dos meses inolvidables? Entre otras miles de cosas, que nos hemos dado cuenta de que las pantallas, la realidad aumentada, la conexión inmediata, permanente y global se nos queda coja, deja de tener sentido sin la base sobre la que se sustenta: la realidad a secas, sin adjetivos. Tuvimos que añadir el adjetivo ‘analógica’ al sustantivo ‘realidad’ para poder diferenciarla de la ‘digital’, sin darnos cuenta de que donde errábamos era en el sustantivo, no en el adjetivo.

Nos hemos dado cuenta de que para vivir y, aún más, para mantener nuestra forma de vida mediterránea necesitamos ver una puesta de sol ‘en directo’ sin distracciones fútiles como intentar capturarla con un dispositivo; que las redes sociales como única o predominante vía de relación fuera de nuestro núcleo familiar no solo no colma nuestras necesidades de comunicación y relación, sino que a menudo son fuente y medio de transmisión de odios, fobias y malas prácticas que disminuyen nuestro sentido de la realidad. De la de siempre, la del intercambio personal, esa que nos permite por ejemplo sentirnos uno y conectado con muchos en un concierto, en un cine, en una plaza… en un bar.

Los bares. ¡Cómo echamos de menos los bares! En nuestra cultura son los ‘muros de Facebook, nuestro ‘time line’ de Twitter, incluso nuestra Wikipedia; los camareros, nuestro camarero es nuestro ‘comuniy manager’ particular y ese imbatible tándem caña-marinera, una suerte de hashtag tabernario. ¿Qué tiene que ver un grupo de amigos en un bar, con un grupo de ‘amigos’ en una red social? Por cierto que deberíamos ir cambiando esta expresión por poco afortunada para describir algo que tan poco tiene de social. Las verdaderas redes sociales son las que se tejen de forma concéntrica en torno a cada individuo en el mundo ‘analógico: la familia nuclear, la familia extendida, los amigos, los simples conocidos… Los bares no son lugares donde uno va a beber, como sí puede ocurrir en culturas como la anglosajona u otras más al norte: se va a relacionarse ‘analógicamente’.

En la Región de Murcia el 65% de los negocios de hostelería son bares. Y un importante porcentaje de ellos, el bar de barrio, el de debajo de casa (todos tenemos uno), ese bar familiar con dos o tres personas en el servicio son el eslabón más débil de la cadena. Ahí están muchos de esos establecimientos hosteleros que forman parte de ese 30% que podrían desaparecer tras el paso de la Covid-19. Solo las condiciones que impone la famosa desescalada podría condenar al cierre a 85.000 bares y restaurantes en toda España. ¿Cómo reduce aforo Casa Paco, que tiene una barra de cinco metros y tres mesas en la acera? ¿Cómo lo hace la taberna del Tío Pepe que cuenta con una barra-ventana a la calle de tres metros con cuatro taburetes? Por mencionar un caso real: La Cueva del Oso, en la calle Alejandro Séiquer tiene un aforo de aproximadamente 10 personas. ¿Cómo abre este hombre con un aforo reducido al 30%? ¿Qué medidas permitirían a sus clientes mantener la distancia social?

Los bares forman parte de nuestro estilo de vida desde el mundo clásico. Establecimientos de comidas al público ya tenían los romanos: las ‘tabernae’, a medio camino entre ventas o posadas donde se daba alojamiento y comida

Y comida callejera, venta al público, ha existido ancestralmente en muchas civilizaciones. No solo en Grecia y Roma, pero también en el antiguo Egipto, la comida se preparaba, vendía y consumía en las calles. Las llamadas ‘thermopolia’ de la antigua Roma eran establecimientos comerciales donde se cocinaban y vendían pequeñas raciones para llevar. Esos ‘locales’ ya constituían espacios públicos de relación personal, y sin perder esa condición han ido evolucionando hasta nuestros gastrobares, tabernas, y cafeterías. Los bares son, por tanto, una de nuestras señas de identidad, señas, por cierto, poco comprendidas por algunos ricos calvinistas del Norte.

Tanto es así que lo que se consume en estos establecimientos se ha convertido en los últimos años en la bandera bajo la que la gastronomía española mantiene ahora su presencia a nivel internacional, tras la orfandad posferrandiana: las tapas. Los bares y sus tapas son mucho más que un negocio: son la expresión de la condición socializadora de la gastronomía de nuestro país; de nuestra forma de relacionarnos con la comida y de compartirla con los demás; una manera grupal, gregaria de utilizar la comida como vehículo de comunicación e interacción. Son nuestra otra ‘Ñ’

Todo eso está ahora en juego, es parte de esa ‘realidad’ sin adjetivos que deberíamos ser capaces de restaurar. Nuestra manera de ser españoles es serlo en la calle, en contacto con los demás, en las terrazas y en los bares.

Sobre el autor

Periodista, crítico gastronómico. Miembro de la Academia de Gastronomía de la Región de Murcia.


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