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José Hernández

El salto del grillo

Padres de cien hijos

El gran neurólogo y amigo, Bryan Carr, que repetidas veces alivió mis trastornos neurológicos, ha querido que pasara unos días en su maravillosa villa de Mallorca que a su vez es casa de reposo.

Además tiene invitados otros huéspedes, juiciosamente seleccionados y que hacen buena compañía. Pero tan sólo uno, el más taciturno y pensativo, ha sido capaz de despertar mi compulsiva curiosidad.

Míster Rogers, que así se llama el joven de unos treinta años, buena estatura y de físico agraciado, tiene un hermoso color rosado y ojos verdes como la aceituna. Se sienta a la mesa con nosotros pero habla poquísimo, únicamente lo necesario para no ser tenido por mudo o mal educado. Durante el resto de las horas del día está casi siempre apartado y meditabundo. Jamás le he visto sonreír, varias veces procuré iniciar una conversación, pero siempre con escusas corteses y gentiles me ha eludido. Tampoco el profesor Carr quería darme datos precisos acerca de su melancólico huésped, decía:

Es un actor cansado, un poeta que no encuentra su musa, un músico desorientado que pasa sus vacaciones en este refugio”.

No presté fe a esas evasivas, hasta que ayer, finalmente, el señor Carr decidió decirme la verdad a fin de obtener de mí una codiciable promesa.

Ese joven es un semental humano afecto a objetivos científicos. Hay muchas mujeres que desean ardientemente ser madres pero renuncia a las experiencias de contacto cohabitativo. Por ello, se ha pensado en la fecundación artificial que ya se ha probado eficazmente en la producción de terneros. Naturalmente estas mujeres quieren tener hijos hermosos, sanos y robustos y si es posible, con alto grado de inteligencia, de ahí la importancia que tiene la selección del semen. Por otra parte, preocupados los biólogos por la progresiva decadencia física de la especie humana tratan y estudian su corrección”.

Una comisión de ginecólogos, eugenistas y fisiólogos, buscan por todo el país machos reproductores considerados los más idóneos para proporcionar un selecto licor seminal. El Sr. Rogers, descubierto por la citada comisión, acepta por razones idealistas y sobre todo financieras, formar parte de esa reserva de reproductores humanos. Ha suministrado su semen a centenares de mujeres a las que jamás ha visto, y según archivos hoy es padre de cien hijos que ignoran su existencia y a los que jamás verá”.

A juicio de la Comisión posee los mejores requisitos para lograr excelentes ejemplares del nuevo hombre. Satisfechas del resultado han quedado las madres pero ninguna ha querido encontrarse con él, todas han rechazado la idea de que vea el fruto de su colaboración”. 

Podrá comprender, continúa Mr.Carr, el porqué de su profunda tristeza, tiene cien hijos y está sólo, ha hecho madre a cien mujeres y no amó a ninguna, su tristeza se tornó tan inquietante que los médicos, osea sus propietarios, lo han confiado a mis cuidados. Pero lo peor es que se ha enamorado de una mujer que no le ha correspondido y tampoco quiere tener hijos. En cuanto se cure deberá retornar a su oficio de reproductor titulado, pero temo que su desesperanza haya alterado sus virtudes genésicas”.

Pasado algún tiempo encontré a Mr. Rogers en un parque, repasaba con la mirada a los niños, uno a uno, por si apreciara atisbo alguno de parentesco.

Pero su mirada ausente y perdida en la nebulosa de su tristeza me hizo presagiar un desenlace fatal.

 

 

Relato corto del “Libro Negro” de Papini

 Murcia, 25 abril de 2016

 

 

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Sobre el autor

Gusto de narrar mi entorno más inmediato, con frases pequeñas y bonitas.


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