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Pedro Alberto Cruz

En tierra de nadie

¿Bombas o libros?

Leo una entrevista a Shirin Ebadi, primera mujer iraní en recibir el Nobel de la Paz. Las ideas-fuerza de su reflexión sobre el candente y dramático asunto del Estado Islámico no dejan indiferente: Occidente es el culpable del terrorismo islamista; a la comunidad internacional solo le interesa su seguridad, no la de los miles de iraníes que mueren ejecutados por la ausencia de derechos humanos; al IS no se le combate con bombas sino con libros.
Estéticamente su argumentación es impecable. No hay ningún punto de los esgrimidos con los que no se pueda estar de acuerdo. El problema es que, en su conjunto, el análisis del terrorismo adquiere un tono perverso a consecuencia de la aplicación de dos estrategias de dudosa viabilidad ética: la genealogía y el contraste.

Genealogía: el terrorismo es un hecho objetivo y absoluto. Dicho de otro modo: no admite ningún contexto que lo relativice o justifique intelectualmente. El que, en origen, la política internacional de EEUU sea el germen del extremismo islámico no supone un atenuante para la barbarie sistemática y a gran escala acometida por el IS. La culpabilidad de unos no exonera la culpabilidad de los otros.

Contraste: que las políticas internacionales de Occidente sean solipsistas, endogámicas y endemoniadamente hipócritas no quita para que la atención prestada al exterminio gestionado por el IS no resulte legítima y, en este sentido, conducente a un estado de alerta internacional. Las políticas occidentales solo intervienen en aquellos asuntos que les afectan directamente -cierto. Pero eso no quiere decir que tales asuntos no comporten una amenaza real y sean merecedores de estrategias específicas. Si la validez de una acción depende de que se haga justicia en el resto de esferas sociales y políticas, ninguna iniciativa desarrollada en el orbe será lícita. Occidente siempre va a ser injusto porque su política es solucionar los problemas en su estado de madurez, no en la raíz. Pero los problemas lo son. Y no se puede de dejar de intervenir en ellos por un error inicial.

Además de todo esto: no hay mejor medicina para cualquier enfermedad social que la educación. Un libro leído a tiempo será siempre más efectivo que el más letal armamento de última generación. Pero seamos realistas:
1) La mayor parte de las opiniones que articulan el debate público en España son opiniones enquistadas, cerradas, excluyentes. Contra esto no hay argumentación que valga. De poco valen los libros en mentalidades que se suponen son más flexibles y moderadas que las de los miembros del IS. Si contra el dogmatismo ideológico de las sociedades occidentales no hay lectura que valga, ¿qué se puede esperar de los libros cuando traten de impedir decapitaciones, ahuecamientos públicos, etc.?

2) Creo en la lectura y en la educación por encima de todas las cosas. A la larga, es la única solución real a los problemas socialmente inveterados. Pero ahí está la cuestión: “a la larga”. Que un libro cause un efecto social irrefutable y contrastado requiere de un proceso transgeneracional -en España sabemos de la lentitud de los cambios de tendencia. Quiere esto decir que, en el caso del IS, de aquí a que los libros surtan efecto y rediman el pecado original de Occidente, habrán pasado millones de víctimas. ¿Cómo poner un primer freno a la barbarie? Solucionar el tema en precario, cortando las ramas aunque dejando sin sanar la raíz, supondrá salvar miles de vidas que de lo contrario caerán mañana, pasado, al otro… Desgraciadamente es demasiado tarde para hacer las cosas bien; ya solo queda intentar corregirlas como se pueda. Los libros son lentos, las vidas cortas.

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Sobre el autor

Detesto las sumisiones ideológicas, el pensamiento unidimensional, lo políticamente correcto. La disidencia no tiene hogar. Si no está a la intemperie, en cueros, vagando de un lugar para otro, es una estafa. Entre los territorios establecidos y sus patriotismos de pacotilla, una estrecha e inhóspita franja sin identidad: la tierra de nadie.


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