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Pedro Alberto Cruz

En tierra de nadie

“Del Revés”: tediosa y retrógrada

Voy a cometer un sacrilegio: no me gusta Del Revés, la última y aclamada producción de Pixar. Narrativamente resulta tediosa, e intelectualmente retrógrada y conservadora. Y eso que la idea de partida es óptima y visionaria: plantear una aproximación a la región emocional del cerebro precisamente en un momento en el que la acción social parece encumbrar a las pasiones como paradigma experiencial del presente siglo XXI. Pero las buenas intenciones se ven frustradas por un producto fílmico que, pasados unos minutos, deja entrever ya su conformismo por el hecho de querer vivir de las rentas de un tema original y hasta ahora inédito.
Tan escrupulosa quiere ser la radiografía que Pixar efectúa de los “trayectos emocionales” de la niña protagonista que, a la media hora, la narración se atraganta, “hace bola”. Los personajes secundarios -auténtica especialidad de Pixar-Disney- sufren durante todo el relato de una inanición creativa que termina por aplanarlos, por tornarlos en presencias casi invisibles que contribuyen especialmente al bostezo.
Pero, sin duda alguna, lo más indignante de Del Revés es la interpretación retrógrada que realiza de las emociones. El comentario de mi hijo de seis años da con la clave del discurso: “¿entonces yo también tengo dentro del cerebro esos monigotes que me dicen lo que tengo que sentir?” Desde Platón y Aristóteles la filosofía ha penalizado las emociones por tratarse de estados en los que el sujeto pierde el control y queda al albur de factores externos. Según la tradición occidental, el sujeto emocional deja de ser autónomo y, por tanto, reduce al mínimo su potencial cognitivo. Y, claro está, Pixar, en honor de no se sabe qué bandera raída, ha preferido apostar abiertamente por una descripción de las emociones que diverge de los hallazgos de la psicología cognitiva anglosajona, para la cual la emoción no implica merma de autonomía y claridad para el individuo. Del Revés no deja de ser un panfleto ultraconservador y tedioso, tan peligroso intelectualmente como la mayoría de los clásicos Disney que jalonan la historia del cine.

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Sobre el autor

Detesto las sumisiones ideológicas, el pensamiento unidimensional, lo políticamente correcto. La disidencia no tiene hogar. Si no está a la intemperie, en cueros, vagando de un lugar para otro, es una estafa. Entre los territorios establecidos y sus patriotismos de pacotilla, una estrecha e inhóspita franja sin identidad: la tierra de nadie.


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