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Pedro Alberto Cruz

En tierra de nadie

El clasismo de Azúa y la hipocresía generalizada

Nunca me ha interesado lo más mínimo Félix de Azúa como pensador: su escritura me ha parecido más decorativa que transformadora, más pirotécnica que profunda. Además, ha habido algo en él y en su círculo de iniciados que siempre me ha parecido clasista y despreciativo hacia todo cuanto no fuera un calco de su ortodoxia. De ahí que, en verdad, no me haya sorprendido demasiado su desbarre contra Ada Colau, producto de una manera de ver el mundo totalmente maniquea y estereotipada. La violencia verbal está tan sistematizada que, para quien la ejerce, le sale de manera natural, y, con posterioridad a su becerrada, se sorprende por la dimensión de unas palabras que considera inocuas.

El problema es que el “caso Azúa” no es el único. Porque si, en España, se tuviera que ajusticiar públicamente a todos aquellos desalmados que han incurrido en bravuconadas machistas a la hora de referirse a políticas de izquierdas y de derechas, probablemente no habría muros suficientes en los que afear sus nombres. Lo triste de esta situación que afecta a la alcaldesa de Barcelona es que la reacción reprobadora que se ha suscitado no obedece a un deseo real de cortar de raíz el problema de la violencia verbal, sino que surge por meros intereses políticos e ideológicos. Los mismos que con toda la razón denuncian a Félix de Azúa por su misoginia y su clasismo son aquéllos que han defendido -o se han callado ante- la petición de indulto de Andrés Bódalo, por apalear a un concejal del PSOE. Y, claro, las cosas no cuadran. O estamos contra toda forma de violencia, con independencia de quien la ejerza y de quien la reciba, o el discurso se cae por todos lados.

España es un país en el que la violencia verbal está normalizada institucionalmente, y se ejerce con impunidad en cualquier ámbito. Las leyes educativas que periódicamente se aprueban -cada cual peor- no solamente no cortan este mal desde su origen sino que, por el contrario, se alienta mediante conductas tan sutiles como letales. Un niño de diez años español ya ha asimilado tantos clichés de género, raciales y de cualquier otro tipo como para abastecer unas cuantas reencarnaciones. Ojalá Félix de Azúa no se vaya de rositas de su acto de vejación lingüística, porque significará que algo está cambiando en España. Pero, del mismo modo que digo esto, enfatizo el hecho de que la misma vara de medir ha de ser aplicada a todos aquellos desalmados que, en el ámbito público o privado, promueven una cultura del odio cada vez más consolidada en nuestro país. Los mismos que hoy se rasgan las vestiduras son los que ayer o mañana incurren en auténticos excesos verbales contra terceros. España es una sociedad demasiado sectaria como para comportarse con justicia. Porque lo que hoy es punible, mañana podría resultar oportuno.

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Sobre el autor

Detesto las sumisiones ideológicas, el pensamiento unidimensional, lo políticamente correcto. La disidencia no tiene hogar. Si no está a la intemperie, en cueros, vagando de un lugar para otro, es una estafa. Entre los territorios establecidos y sus patriotismos de pacotilla, una estrecha e inhóspita franja sin identidad: la tierra de nadie.


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