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Pedro Alberto Cruz

En tierra de nadie

Civiles paramilitares

Estoy convencido de que la inmensa mayoría de los “intelectuales” españoles que hoy minimizan -mediante su silencio o su tibieza- altercados como el acaecido el pasado martes en la Universidad Autónoma de Madrid no hubieran consentido hace 15 0 20 años tal escenificación de violencia. Nadie en su sano juicio puede entender la democracia en los términos tan rastreros de impedir la diversidad y la libre expresión del otro. Aquí no se trata de dirimir  si “Felipe González sí” o “Felipe González no”. Quienes afrontan los incidentes desde tal prisma están utilizando una coartada tan burda como los actos que legitiman. El meollo de la cuestión es que, en España, el pensamiento se ha tornado de unos años a esta parte en revanchismo: se ha llegado al punto en que no cabemos todos. O unos o los otros. Pero jamás la convivencia y el respeto de la pluralidad. De lo que se trata es de alcanzar una posición hegemónica a expensas de lo que sea. Y en esa relativización de “lo que sea”, la violencia, la intimidación, el miedo, juegan un papel crucial.

Me niego a ser cómplice de un estado de hechos tan miserable.  Casi nadie en el mundo de la cultura habla por miedo. Hasta tal punto se ha pervertido la idea de lo “políticamente correcto” que, a día de hoy, el simple hecho de denunciar la violencia se ha convertido en un síntoma de conservadurismo y en una expresión de la casta rancia. Las etiquetas están vapuleando el sentido común, los principios básicos del análisis y de la ética. En la lucha por la supervivencia, todo el mundo imposta su identidad con tal de no desentonar en el cuadro de conjunto. El odio puede a la voluntad y la necesidad del cambio. Y, en España, quien no siente odio es juzgado como sospechoso. Un país que ha normalizado la violencia, y que considera que el mejor civil es aquél que expresa su opinión mediante comportamientos paramilitares es una mierda de país.

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Sobre el autor

Detesto las sumisiones ideológicas, el pensamiento unidimensional, lo políticamente correcto. La disidencia no tiene hogar. Si no está a la intemperie, en cueros, vagando de un lugar para otro, es una estafa. Entre los territorios establecidos y sus patriotismos de pacotilla, una estrecha e inhóspita franja sin identidad: la tierra de nadie.


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