Carente de personalidad
Hace unos días, viendo “El bailarín y el trabajador”, una gran película española, estrenada en 1936, unos meses antes de que estallara nuestra guerra civil, me llamó la atención la frase rutinaria con la que recibe el jefe de personal de una fábrica de galletas al novio de la hija del dueño, un consumado bailarín desoficiado, que iba a comenzar a trabajar allí para hacerse un hombre de provecho y ganarse la confianza del futuro suegro.
– “ Esperamos que usted sea una pieza más de este sincronizado engranaje, en el que cada empleado, carente de toda personalidad, contribuye a la perfecta fabricación de nuestros productos”
Hay que tener en cuenta el contexto de la época para entender un mensaje de acogida tan deshumanizado, propio de esta etapa esencialmente mecanicista, que tan bien refleja Henry Ford, padre de las cadenas de producción en masa, cuando exclama: «¿Cómo es que cuando quiero un par de manos también me traen a un ser humano?»
Carente de personalidad. Sin iniciativa. Cumplidor. Conformista. Como una pieza de una máquina, de un engranaje perfecto. ¿Sin alma también? Es fácil. Basta con ir al trabajo y hacer bien lo que te digan. No hay que pensar. Barato. Perfectamente sustituible.
Ese parecía el prototipo de trabajador ideal en la sociedad industrial. Ese sigue siendo el modelo de empleado de muchas organizaciones actuales.
El viejo e inmutable management moderno
En 1936 estaba en su apogeo la cultura organizativa típica de la era industrial, basada en la disciplina militar, que se consideraba idónea para que las empresas funcionaran con eficacia. Un tipo de management basado en el control, la asignación precisa de tareas, las rutinas procedimentadas y la jerarquía que ha conseguido logros importantes en la mejora de la productividad de las organizaciones pero a costa de anular la creatividad individual.
Lo curioso del caso es que los ideólogos principales de este tipo de administración y gestión empresarial todavía vigente ¡nacieron todos en el siglo XIX ¡: McCallum –ingeniero del ferrocarril que inventó el organigrama-, Taylor – ingeniero y economista, padre de la organización científica del trabajo-, Deming –creador del concepto de calidad total- y dejo para el final a Max Weber, politólogo y sociólogo alemán, inspirador de la burocracia. De la actual, longeva y ¿eterna e incuestionable? burocracia que sigue rigiendo los destinos de nuestras Administraciones Públicas.
Sería injusto no reconocer los valores y los avances positivos que se han ido produciendo, lentamente eso sí, en la administración de las empresas y en los derechos de los trabajadores. También sería ilógico que no hubieran evolucionado a lo largo del tiempo. Pero en lo esencial, siguen vigentes los principios fundacionales, pensados para una sociedad industrial, muy distinta de la actual, de cambios constantes y vertiginosos, en la que el conocimiento es la materia prima fundamental.
La pirámide la innovación
En uno de mis primeros posts me hacía eco de la pirámide la innovación de Gary Hamel, en cuya cúspide se sitúa la innovación en la gerencia, en la gestión, la más difícil de conseguir e imitar, la más diferencial por tanto de todas las innovaciones.
Este reputado gurú americano, nacido en 1954, es el principal ideólogo del cambio de un paradigma burocrático que permanece inalterable desde el siglo XIX. Ya va siendo hora de que sea revisado y, cuando menos, cuestionado. Algunas empresas e instituciones públicas ya lo han hecho o lo están haciendo.
Se trataría de transformar la forma de organización del trabajo, implantando una cultura de la innovación sistemática, para conseguir que la ilusión y la creatividad destierren las pesadas losas burocráticas de un modelo gerencial que está obsoleto, que ahoga la creatividad y que lleva implícita la muerte lenta de las organizaciones que estén regidas por capataces apañados en vez de por líderes motivadores, como dice Xavier Marcet.
Hablamos de instaurar una nueva forma de trabajar que supere los clásicos modelos, basados en el control y la eficacia, y que libere energía creativa por los cuatro costados, haciendo compatibles los valores positivos de la disciplina y del orden con el fomento del potencial innovador de los empleados.
Más vale una persona con pasión que 40 simplemente interesadas
Estudios recientes muestran resultados muy llamativos acerca del grado de compromiso de los trabajadores con sus organizaciones. Apenas el 13% de los empleados de todo el mundo se entregan a tope en su trabajo. En el pasado tal vez no fuera tan relevante este dato, pero en la sociedad de la innovación continua es un lujo despreciarlo.
Según Hamel, que no es egipcio ni matemático pero es muy aficionado a las pirámides, las capacidades humanas que más contribuyen al éxito en la economía actual se configuran también piramidalmente.
De menor a mayor valor, en la base estaría la obediencia, seguida de la diligencia. A continuación vendría el conocimiento y la inteligencia. Seguidamente la iniciativa, después la creatividad, y en el sitio de honor, en plan estelar: la pasión. La pasión es contagiosa y puede convertir cruzadas personales en movimientos colectivos.
Final feliz
Difícilmente una pieza de un engranaje, carente de personalidad, puede apasionarse con su trabajo. Pero el protagonista de la película, Roberto Rey, actor y cantante chileno, lo logra y se convierte, a la vez, en un trabajador ejemplar de su época y en un innovador adelantado a su tiempo.