La pobreza es una carga pesada, muy difícil de soltar. Cuesta mucho desligarse de ese sufrimiento que ahoga a muchos que se suman a una larga lista, cada vez más extensa que crece en esta sociedad de contrastes que confunde el tanto tienes y tanto vales, mientras mira de reojo a los sufridores de la película que callan y enmudecen.
Los pobres de ahora crecen y reaparecen entre aquellos que estaban sigilosos, medio escondidos, los vemos entre la multitud indiferente que sigue los cantares de esos mensajes que confunden la promesa con el maná que no llega, entre los blindajes a esas fronteras que cierran la llave, ponen etiqueta y señalan con el dedo inquisidor que separa, agrupa y mete en el cajón del estigma social.
Hoy hay más pobres, son nuevos, diferentes, se van reincorporando a esas bolsas de beneficencia a las que aspiran, donde se unen a otros de aquí y de allá, en un continuo ir y venir, tienen a sus espaldas una historia de desencuentros, desesperanzas mientras arrecian los vientos huracanados de la indiferencia.
La trasmisión de la pobreza es innegable, los pobres se convierten en más pobres, se multiplican frente a aquellos que se erigen como ricos, los grandes, los todopoderosos, de la tierra.
No puedo entender, ni compartir y hasta siento rabia cuando aparecen esas listas que llenan noticias que nominan a los más ricos, aquellos que tienen más beneficios o ganancias y a los que, encima los subrayamos, les ponemos nombre, apellidos y foto en los medios, me refiero a los dueños del imperio que, curiosamente son cada día menos y desde su peana gravitan los designios.
Tenía que estar prohibido hablar de ellos, y mucho más ahora cuando vemos cómo el drama acampa en el dolor de tantos que se mueren y mal viven entre cartones y en la calle, cruzando campos, entre rejas y alambradas, refugiados recluidos en una jaula injusta y cruel ante una política descalabrada que no resuelve los problemas.
El drama de los pobres es una tragedia consentida y admitida por los todopoderosos que permiten y dejan que se hundan en la miseria. Ese drama de padres y madres víctimas del sufrimientos, se transmite a los hijos, no salen del hoyo por lo que se pasa de unos a otros, son familias enteras las que siguen ahí al borde de un precipicio encadenado, contagiados por esa epidemia que arrecia fuertemente, sin piedad.
Y es que no existe la igualdad de oportunidades, se hace necesario centrarse aún más en la educación, clave fundamental, para evitar esta herencia. Recientemente, se publicaba un estudio de la fundación Foessa, dependiente de Cáritas sobre “la transmisión intergeneracional de la pobreza” donde alertan que, además la pobreza infantil sigue latente “y las administraciones se olvidan de ellas”.
Esperemos qué esto cambie, porque de seguir así nos hundiremos en la miseria.