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Rubén García Bastida

La esquina doblada

El Santo

Le dije: “Tú no lo sabes porque eres del Barça, pero esto lo para Iker”. Era el verano de 2010 y el árbitro acababa de pitar un penalti en contra de España en los cuartos de final del Mundial de Sudáfrica. Vigente campeona europea y con un estilo cerca del videojuego, la Selección se enfrentaba en aquellos días a un problema inesperado: le costaba marcar goles. Yo había ido a Alicante a ver el partido contra Paraguay en compañía de amigos. Recuerdo que fuimos incapaces de sentarnos. El silbato detuvo el tiempo en el minuto 58. Antes de eso, ‘La Roja’ había dominado el juego como era costumbre. La lógica decía que si España no había sido capaz de hacer un gol en 58 minutos, difícilmente iba a lograr dos en lo que restaba de encuentro. El paraguayo Cardozo fue el encargado de lanzar la pena máxima. Acomodó el balón en el césped y dio unos pasos hacia atrás para tomar impulso.
Llevo casi toda mi vida viendo a Iker Casillas bajo los palos. Tenemos prácticamente la misma edad, y empecé a verle hacer milagros cuando él aún no se afeitaba y yo tampoco. Yo comenzaba Periodismo cuando él ya desesperaba a rivales europeos en Liga de Campeones. Antes de eso había leído toda clase de cosas sobre él. Lo había ganado todo en las categorías inferiores. Fue campeón de Europa sub-16, y recuerdo enterarme entonces de que un chico de la cantera del Madrid había sido el héroe de la final. Casillas detuvo el quinto y último penalti de la tanda decisiva contra Austria, dando el título a la Selección.
Casillas ha sido durante toda su carrera un portero con dotes especiales, tanto en lo futbolístico como en lo humano. Un líder “natural y no forzado”, como le ha descrito Xavi Hernández. Su intervención en los momentos más cruentos de la guerra entre Barça y Madrid, con una llamada al mediocentro culé para aplacar los ánimos, fue un acto de valentía propio de un capitán que sabe que lo único que importa es adónde va el barco y no dónde estuvo. Sacrificó su relación con Mourinho y se quemó a lo bonzo por unos valores que han formado parte de su crecimiento y que nadie podía cambiar en dos temporadas. Iker dijo en su despedida que solo desea que le recuerden como “una buena persona”. Después rompió a llorar como un chaval de Móstoles. El mejor portero que han visto estos ojos se marcha sabiendo que a veces la vida no es justa, y que una serie de acontecimientos sucesivos, en el orden equivocado, pueden dar al traste con el mejor de los planes. Es probable que Iker sienta que su club no ha estado a la altura en su salida. Y tiene razón. Pero deja atrás una historia tan brillante que ni el más desastroso de los finales podría empañarla. Algunos recordaremos siempre lo que hizo y, sobre todo, la forma en que lo hizo.
“Tú no lo sabes, porque eres del Barça”, le había dicho a mi amigo, y obviamente yo tampoco lo sabía. Pero aquella fanfarronada de las que habitualmente salen mal, no era del todo gratuita. A lo largo de los años, Casillas me acostumbró a ver normal lo improbable. Me hizo crédulo y confiado.
Su catálogo de milagros ha sido tan amplio que le ha valido el sobrenombre de ‘El Santo’: disparos a un metro repelidos por manos que no podían estar ahí; misiles a la escuadra desviados en estiradas imposibles; balones a lo Panenka que encontraron al guardameta esperando en el centro y mirando a los ojos; delanteros que tras tenerle vencido hacia la derecha veían desquiciados cómo salvaba el disparo por la izquierda con lo único que le alcanzaba: el pie.


En ocasiones, viendo las repeticiones me he preguntado si no habría sido suerte, si aquel movimiento reflejo no habría sido únicamente fruto de la coincidencia. Parece imposible que alguien pueda coordinar de manera consciente un movimiento que se realiza en menos de un segundo. Dejé de hacerme la pregunta a golpe de moviola. Le vi hacerlo una vez y otra, a cámara lenta, con rivales grandes y pequeños, en los campos difíciles, jugándose la Liga, o nada, o la Champions, el Mundial, la Eurocopa, lloviendo a cubos, contra el viento, contra el calor o sobre el barro. No importaba.
Le vi hacerlo en la final de Champions League de Glasgow, donde apenas jugó media hora tras saltar al campo por la lesión de César; o en los cuartos de la Eurocopa de 2008 contra Italia, donde detuvo dos penaltis a De Rossi y Di Natale. Le vi literalmente volar para detener un balón que cualquiera habría dado por perdido ante Perotti en el Sevilla-Real Madrid de la Liga 09/10, y así siempre. Dejé de dudar con el tiempo. No fue suerte, solo talento.
Mi afición por las repeticiones me permitió, además, descifrar algunas de sus destrezas en la portería. Aprendí, por ejemplo, que en muchas ocasiones él ya estaba allí antes de que el disparo sucediera; que no siempre se trataba de velocidad de reacción, sino de una habilidad innata para adivinar lo que sucedería dos segundos después; también pude apreciar la inteligencia de un portero que en el uno contra uno siempre supo hacer creer al rival, en ese fugaz diálogo que mantienen dos cuerpos durante una finta, que había un lado mejor que otro por el que ir. A sus intervenciones en los remates a bocajarro, sencillamente, no les encontré jamás explicación.
Así que allí estábamos. Nos arremolinamos frente a la televisión y Cardozo, con la mirada perdida, empezó a tomar impulso. Cuando el paraguayo chutó, Iker adivinó el lanzamiento y detuvo el penalti. Una vez más. Todo el mundo dentro y fuera de la casa comenzó a gritar. España terminaría ganando aquel partido por un gol a cero, y después aquel Mundial, con una final donde él volvió a ser decisivo con dos paradas a Robben que han quedado para la historia estética del fútbol.
Cardozo se lamentaba con las manos en la cara. Mi amigo me abrazó. “No me lo puedo creer”, me dijo. Yo sí.
Al terminar el partido los compañeros se abalanzaron sobre Iker. Tras los abrazos, el portero se marchó quitándose los guantes en un movimiento mecánico, como ha hecho siempre, sin darse importancia, como un chaval de Móstoles.

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Sobre el autor

Periodista en 'La Verdad'. Guardo un rincón para las cosas pequeñas en 'La esquina doblada'. En Twitter soy @garciabastida


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