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Antonio Botías

La Murcia que no vemos

Jueves negro' entre paparajotes

Fue en un día destemplado, de otoño arriscado, cuando los murcianos disfrutaron de la afamada película Corazones y Contratos en el Teatro Circo Villar. Murcia amaneció nublada mientras en el Ayuntamiento, la Permanente, hoy conocida por Comisión de Gobierno, reunía a los concejales para debatir el padrón de bicicletas y el de carruajes de lujo.

El kilo de merluza andaba por 5 pesetas y las patatas se vendían en Verónicas a 6 pesetas los 50 kilos, como 50 eran los años que ofrecía el Banco Hipotecario de España para devolver préstamos a largo plazo sobre fincas rústicas y urbanas, con un 5,5% de interés, con amortización de capital. Y también se encontraban por las calles las populares fajas para señora de la marca Madame X o el tónico nutritivo Carne Líquida, del doctor Valdés.

Corazones y contratos fue el estreno que llegó a la ciudad el 24 de octubre de 1929. Nadie imaginó aquella tarde que, a miles de kilómetros, se producía el denominado Jueves Negro en la Bolsa de Valores de Nueva York. Dos días después, los lectores murcianos de La Verdad conocían la noticia, reducida a un simple breve enviado por una agencia de noticias de Londres.

Al día siguiente, en el mismo periódico, el presidente americano, Herbert Hoover, advertía de que la nación estaba cimentada en «bases muy sólidas». Sin embargo, al ya legendario Jueves Negro le sucederían los llamados Lunes Negro y Martes Negro (28 y 29 de octubre de 1929), que precipitaron el desastre.

Resulta sorprendente comprobar que algunos diarios publicaron entonces argumentos similares a los que hoy leemos sobre la crisis actual. Así, en 1929, La Verdad informaba de la caída de la Bolsa de Londres y añadía que en los círculos financieros «se considera esta baja como beneficiosa, pues ello hará que los precios vuelvan a su nivel normal y ordinario, lográndose que los capitales destinados eventualmente a especulaciones vuelvan a dedicarse a asuntos beneficiosos para el comercio». El 1 de noviembre ya se conocían las pérdidas producidas en Estados Unidos por la debacle bursátil: 868 millones de dólares.

Algunos autores señalan la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1929) como un periodo de despegue industrial para Murcia, que también participó con un pabellón en la Exposición Iberoamericana de Sevilla, donde los Reyes admiraron la espléndida factura del San Juan de Salzillo y bebieron naranjada.

Curiosamente, meses más tarde, cuando la atención sobre la crisis bursátil parecía decaer, los papeles periódicos murcianos advertirán de la «crisis naranjera» regional, al parecer mucho más grave, por lo cercana, como prueba el gran titular de El Liberal en enero de 1930, que la americana y mundial. Aunque, pese a todo, algunas noticias evidenciarán los efectos de la recesión, como la que explica la falta de fondos para pagar a los barrenderos de Chicago, o los análisis que culpan a la banca americana, «una organización perfecta del saqueo», del desastre.

De nuevo, paralelismos que podrían trasladarse a nuestros días sin variar una coma. «Por un lado, la acción judicial, el apremio y el embargo activan la confiscación de riqueza mueble que ha venido arruinando a las llamadas clases medias», advertirá Julio Senado en El Liberal. Y continúa: «Por otro, los inmuebles cargados de hipotecas, cuya cancelación es imposible el día estipulado, de suerte que el hipotecado debe resignarse a la cesión de la finca [ ] Cuando ya se han recogido hasta las últimas migajas del botín, se restituye el oro a la circulación, rebajando el tipo del descuento y la normalidad regresa. ¿Hasta otra!».

No todo parecía tan negro. Aunque había muerto dos años antes, la explosión de la crisis coincidió con la publicación del libro El Aroma del Arca, del poeta Jara Carrillo, donde cantara: «Arca huertana, perfumado rincón de hogar donde está toda, grata memoria del pasado; es del refajo rameado, a la basquiña de la boda. Desde la armilla reluciente, de luminosas lentejuelas, a las postizas vihuelas, con que en sus quince y en sus veinte, parrandearon las abuelas».

Tampoco a todos los murcianos les iría tan mal la crisis. Alfonso Escámez, aquel jovenzuelo avispado de Águilas, fue despedido de un banco a causa de ella; pero más tarde regresaría como contable aunque, como el único hueco en la plantilla era para un botones, así firmó su contrato. Nacía, de la nada, un gran banquero.

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Por Antonio Botías

Sobre el autor

Este blog propone una Murcia inédita, su pequeña historia, sus gentes, sus anécdotas, sus sorpresas, su pulso y sus rincones. Se trata de un recorrido emocionante sobre los hechos históricos más insólitos de esta Murcia que no vemos; pero que nos define como somos. En Twitter: @antoniobotias


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