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Antonio Botías

La Murcia que no vemos

Historias de epidemias: La perra Tula tiene bula

Fue el Año del hambre, no del hambre hipócrita que hoy provoca la tontuna de las dietas, sino del hambre exagerada, a lo basto, con mayúsculas; la desesperación que da el abrir la despensa polvorienta, mirar a las ratas y ellas, famélicas, mirarte a ti. Cuando se cumplen casi doscientos años de aquella fecha, pocos murcianos recuerdan que hubo un tiempo en que Murcia se despobló hasta el extremo de que la maleza cubría las calles. Y la culpa fue de la peste amarilla.

Los primeros indicios de que una epidemia rondaba la ciudad se conocieron en el otoño de 1811, cuando muchos murcianos cayeron enfermos sin causa aparente. Pronto se descubrió que la terrible peste rondaba Murcia. Y sus efectos fueron catastróficos en barrios enteros, como San Pedro o Santa Catalina.

En aquella época, sin demasiados conocimientos médicos para afrontar la amenaza, las autoridades ordenaron apostar guardias en las entradas de la ciudad, mientras lamentaban que las espléndidas murallas se hubieran derribado, lo que complicada el control de las idas y venidas de los ciudadanos.

Cualquier viajero sospechoso de estar enfermo tenía el paso prohibido y, si insistía en entrar, se le obligaba a observar cuarentena a las afueras de la urbe. Mientras, decenas de murcianos pudientes abandonaban sus hogares para refugiarse en los campos. Pobres y ricos, temerosos del contagio, pusieron en práctica la célebre máxima que se popularizó durante las epidemias de peste de la Edad Media: «Huir rápido, irse lejos y volver tarde». Y tantos fueron los que salieron a escape que no quedaron hombres cabales para gobernar instituciones como el Ayuntamiento de Murcia. Frutos Baeza recordará después que, al concluir la epidemia, «había crecido la hierba en muchas calles».

‘Espantá’ municipal

Esta lógica espantá obligó a organizar el Consistorio, cuyos cargos fueron ocupados por hombres que, aunque valientes y generosos, calibraron mal el riesgo: pronto morirían. Primero el alcalde, de apellido Veyán, y los regidores Gil de Pareja y López Mesas. La peste también se cobró la vida del deán de la Catedral y de una lista interminable de próceres.

Murcia agonizaba. Familias completas fallecían, dejando calles enteras vacías e infectadas, como sucedió con Madre de Dios y Bodegones. Esta última, como se había hecho antes con la calle del Contraste, fue tapiada en cuanto falleció la última vecina, una joven mujer que, aunque nadie lo supo entonces, tenía un bebé de apenas unas semanas.

Los obreros que levantaron dos paredes a cada extremo de la calle no escucharon el llanto de la pequeña, cuya muerte parecía tan segura como la de su madre. Sin embargo, una perrita que andaba por el barrio se acercó hasta la cuna y, con más conocimiento que muchas personas, comprendió que debía amamantar a la niña. Así lo hizo hasta que pasó la cuarentena y Murcia entera conoció la fantástica historia del bebé y la perrita, a la que llamaron Tula.

A Tula le tocó la lotería. Porque no había hogar murciano que no la recibiera como si el animal hubiera salvado de la peste a toda la ciudad. Unos huesos aquí, unas caricias allá, las sobras del guisado acullá… Tan popular se hizo este animal que quedó para la posteridad la máxima: «La perra Tula tiene bula».

Poco tiempo después de esta epidemia proliferarían en los diarios locales los primer anuncios publicitarios donde, curiosamente, ya aparecían testimonios de supuestos enfermos que hallaban mejoría tomando tan extraños productos.

Es el caso de las curas vegetales del abate Hamon -sólo le faltaba llamarse Jamón-. Uno de los testimonios que leyeron los murcianos de la época corresponde a un individuo de Gerona que asegura conocer «a un hombre de un pueblecito cercano que ha tomado 4 cajas del Abate Hamon número 3» y ha sanado. Eso sí, añade que «ha comprado 4 cajas, no por encontrarse enfermo otra vez, sino por miedo a sufrir» de nuevo la enfermedad. Y así todo.

Por Antonio Botías

Sobre el autor

Este blog propone una Murcia inédita, su pequeña historia, sus gentes, sus anécdotas, sus sorpresas, su pulso y sus rincones. Se trata de un recorrido emocionante sobre los hechos históricos más insólitos de esta Murcia que no vemos; pero que nos define como somos. En Twitter: @antoniobotias


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