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Igor Paskual

La Tentación del Mundial

¿Quién quiere matar a España?

El diablo no se viste de naranja. Tampoco de amarillo. Ni de Adidas o Nike. El diablo viste de Armani y vive en Suiza, reside en la sede de la FIFA y ocupa parte de su tiempo seleccionando árbitros sumisos por si a Brasil se le atasca algún partido. Por ejemplo, qué se yo, contra una estupenda Croacia. También tiene una segunda residencia en los bancos que guardan el dinero y los secretos de Bárcenas. Pero los ángeles van de rojo. Y juegan y tocan y parece que la música de las esferas se dibuja en sus pases. Qué bien jugó la Roja durante casi toda la primera parte. Sacaban los holandeses las tijeras para cortar las alas de unos ángeles que volaban un poco más bajo de lo normal después de una temporada agotadora.

A diferencia de ciertos futbolistas que se reservaron para el Mundial, ningún jugador de la selección española escatimó fuerzas en sus clubes. La competencia es demasiado grande. La selección salió ordenada, pausada y con unas grandes dosis de paciencia. Le gusta hacer las cosas bien con un punto quijotesco. Quiere vencer con espadas en un mundo de arcabuces y pólvora. Y entonces, el dios del fútbol se dió cuenta de que vestían de blanco y les abandonó. Les dejó pasar el calvario a ellos solos a merced de sus errores, que ensuciaban su pasado divino. ¿Qué sucedió? En parte, hubo un punto de mala suerte, del mismo modo que la rueda de la Fortuna estuvo con nosotros en otros tiempos. Hay que reconocer que todas las selecciones y equipos triunfadores tienen un monento de buena suerte que determina lo exitoso de su futuro; nunca hay que infravalorar la importancia de la suerte. Por ejemplo, España jugó de maravilla en la final de Sudáfrica, pero el gol de Iniesta llega tras una jugada de Navas después de un saque de puerta.

En realidad, el árbitro tenía que haber indicado córner. Y qué decir de la final del 78 en la que Rensenbrink dispara al poste en el último minuto del partido. Unos centímetros más acá y el Mundial hubiese sido para Holanda y no Argentina. O, si el juez de línea de la final del 66 hubiese tenido mejor ojo, es posible que Inglaterra no tuviese su único título mundial. La gloria y el fracaso se separan por una delgada línea que nadie sabe dónde está. A veces es un calambre inoportuno, un resbalón o una buena o mala decisión tomada en cuestión de segundos. Y, esta vez, el Diablo quiso reírse un poco. Y, como el Quijote, la selección cayó aparatosamente con toda su armadura. Llama la atención lo que les pesó el empate. De ahí surge la pregunta que ya planteaban The Smiths en su canción “Still Ill”: “¿Domina el cuerpo a la mente o es la mente quien domina al cuerpo?”

¿Se hundió físicamente la selección por la losa que les supuso el empate? ¿O, como no les llegaban las piernas, las órdenes de sus cerebros eran inútiles? El vértigo del éxito ahoga más al vencedor que al derrotado. El éxito conlleva unas hipotecas que nunca tiene el fracaso. Pero los Dioses, por más que lo intenten, no tienen escrito nuestro destino. Se equivoca cierta prensa cuando escribe que España, en este Mundial, lucha “contra la historia”, en vez de ser más lógicos y decir que España “lucha con la historia”. Aunque lo correcto sería explicar que la selección “escribe por la Historia” o, mejor dicho, “su Historia”. Cinco goles en contra nos muestran lo agotador que es vivir siempre con las alas desplegadas.

 

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