Mi primo Pedrito, joven triunfador, es de los hombres más despiertos que he conocido. Me junto con él a menudo por ver si se me pega algo y algún año de estos salgo de esa especie de narcolepsia de nacimiento que indignaba a mis profesores al sacarme a la pizarra, en las mañanas del “cole”: “¡Abarca, estás durmiendo!”. ¡Qué querían mis profesores, a las nueve de la madrugada! Creo que a lo largo de mi vida, donde siempre ha sido madrugada, sólo me he despertado de tanto en tanto para ponerme a soñar en otras cosas, aún más insensatamente. Mi primo Pedrito, siempre atento en cambio a las cosas de la realidad, me contó una vez una anécdota de una de aquellas ejemplares “chachas” de antes, que rebosaban filosofía parda. Para contar que unos niños a su cargo eran sensibles y sentimentales, la muchacha del servicio les decía a los padres: “es que estos críos han salido sementales”.
Como siempre sucede, el error mejoraba al original. ¿Quién diablos quiere que sus niños salgan sentimentales? Ser sentimental siempre fue una debilidad del carácter: hoy te convierte en una especie de tarado. Pero si hacemos como aquella “chacha” y de “sentimentales” pasamos a “sementales”, nos convertiremos en el gran arquetipo masculino de lo que llevamos de milenio. En la millonésima sombra de Grey, el macho dominante con el que sueñan las jóvenes realizadas y que a todas pega (“las” pega, dirían en Madrid). Dicen que un ministro de cultura francés, André Malraux, vaticinó con demasiada antelación que el siglo XXI “será místico o no será”. De momento no está siendo, a no ser que se refiriera a la expansión europea del Islam. Puede que lo de ser un macho “alfa” y ponerse a azotar sea una mística femenina -la del siglo XXI que auguraba Malraux- y que algunos aún no lo hayamos entendido. Una chica inteligente y sensible me dijo: “es que hay que saber pegar”. Pero uno se ha tragado demasiadas viejas novelas sobre delicados príncipes azules y ya no tengo arreglo. Tratando de imitar malamente a un macho dominante (del dinero y los trajes caros del tal Grey ni hablamos), lo único que consigo cuando me ordenan azotar es que se me enrojezcan, patéticas, mis manos de pianista.