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Quitándonos de en medio

Algunas personas bienintencionadas e indocumentadas me recomiendan siempre viajar a algún sitio para “desconectar de todo”. Pero las zozobras del alma tienen facultad para estar en dos lugares al mismo tiempo: allá donde las dejamos y allá donde vamos. Sólo que en este segundo lugar parecen más cebadas y amenazantes. Sólo debe desplazarse uno con una cierta paz interior. Los problemas insolubles, difícilmente sobrellevados en origen, se vuelven aplastantes cuando uno no está en su espacio conocido y sí rodeado por muchas personas extrañas. Cuando no nos encontramos, siquiera por unos pocos días (¡vete unos días y así te aireas!), físicamente entre nuestros objetos queridos, los recuerdos de una vida, la doméstica “habitación del pánico”.

El novelista judío Stefan Zweig se quitó la vida ¡en Brasil! (uno no concibe un país en principio menos indicado para estas tristezas), cuando tuvo que huir demasiado rápidamente de la Europa nazi dejando allí sus pertenencias, al no poder soportar no estar rodeado de ellas. Dicen que se envenenó por temer la extensión del nazismo en el mundo. En realidad no aguantó el no disponer de su “espacio de seguridad” compuesto por libros, cartas, fotos, etc, para aguantar el trauma del exilio. La insultante alegría y la atmósfera sensual brasileiras sólo le recordaron de la forma más hiriente todo lo que quedó atrás. Los que desean que se huya “a desconectar” siempre quieren quitar a la gente de en medio: no piensan en que a veces puede ser literalmente. los consejos gratis, como todo lo gratuito, resultan carísimos.

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¿Cuál es mi idea de una vida vivida, una vida a lo ancho? Admito que me permito la licencia de escribir sobre esto desde mi actual renuncia a casi todo lo que considero importante. Opino sobre la vida, por tanto, como “voyeur”. La vida verdaderamente vivida, estoy convencido, es una imagen que tengo clavada del actor Errol Flynn en medio del océano atlántico al amanecer, nadando perfectamente “a crol” como el atleta que era mientras mantenía bien agarrado el cuello de una botella de vodka ruso. Así, Flynn, bebiendo bajo el agua mientras nadaba, se destruía y se tonificaba al mismo tiempo. Ya vendría pronto la muerte a distinguir lo que era bueno de lo malo. Flynn no tenía tiempo para esos tiquismiquis. Como cuando el mismo actor -probablemente el hombre con más energía del siglo XX- leía a los clásicos durante toda la noche en una mesita de luz en medio de la sabana africana, solo, sin protección y rodeado de fieras. Si venían unas fauces a devorarlo, que lo encontraran refinándose. No hubiese levantado ni la ceja de la página. Nunca hay que perder el estilo.

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Sobre el autor

José Antonio Martínez-Abarca. Nació una vez en un sitio tan bueno como otro cualquiera. Es lo que antiguamente solía llamarse un "columnista de prensa". Ha publicado demasiado sobre demasiados asuntos en diversos periódicos; pero guarda pocos recuerdos de ello, como si le hubiese sucedido a otro. Puede que, en efecto, fuera otro. Esto es lo primero que escribe sin aplicar la autocensura. Todos los lugares y hechos de este diario serán reales. Sólo se ocultarán algunos nombres por una doble cortesía: hacia el pudor de las señoritas y hacia el vigente Código Penal. Pretendo sólo salvar lo que de valioso hay en cualquier pequeño infierno cotidiano, para hacerlo llevadero y a veces sublime.


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