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Los comentarios están cerrados

El hipocondríaco Woody Allen decía en una de sus películas, al salir de una exploración tumoral, que las palabras más bonitas que se habían inventado jamás no eran “te amo”, sino “es benigno”. El mundo parece armonioso después de que el médico te conceda una expectativa de vida algo más larga diciendo “es benigno”. Por mi parte, el mundo es un lugar que a veces no resulta tan malo cuando veo que al final de mis textos en este diario siempre figura esta deliciosa frase, puesta ahí por el periódico: “los comentarios están cerrados”.

Los comentarios están cerrados. ¿Habrá frase más hermosa en castellano? Es decir, lo que diga la gente de mis textos, que lo opine en su casa a la hora de comer pero yo no tengo por qué saberlo. Hay por supuesto quien no comparte mi entusiasmo. Ayer un indignado me reconoció a voces por la calle, aunque al menos no empleó el tuteo falangista: “¿Usted es el periodista que escribe eso del “Diario al raso”? No tenía tiempo para decirle que no soy periodista, pero tampoco para escaquearme. El indignado gritó entonces, para que los viandantes supiesen la clase de gente con la que podrían tener un encuentro desagradable en un callejón oscuro: “¡Usted es que se sitúa por encima del bien y del mal!”. El hombre estaba sinceramente escandalizado.

Qué más quisiera yo estar por encima del mal. Hay demasiado. Sin ir más lejos, que los políticos de la Transición dejaran a Murcia sola, quitándole Albacete. Ahí es imposible no ver la pezuña del Diablo. Sí es cierto que aquí en mi diario muy personal me gusta escribir sólo yo. Esto no es un blog asambleario, en el que mis calzoncillos sucios deba someterlos al Pueblo. El comunismo y la autonomía del alma no casan bien. Esto es un espacio íntimo donde no deseo que nadie se pasee por mi cocina a altas horas de la noche, dejándome depositadas sus sobras o, tal vez, el aroma de algún eructo ideológico. Soy poco entusiasta en general del movimiento “okupa”. Yo cerraría los comentarios hacia lo que escribo en mi diario no sólo aquí sino también en la calle, porque ahora mismo no tengo la suficiente presencia de ánimo como para recuperarme a un elogio. No es menosprecio al lector. Al contrario. A los posibles lectores los respeto tanto que invito a permanecer en un enriquecedor silencio, que es el ambiente que debe reinar en este tabernáculo. Tal y como se ha puesto de perdido internet, con todo el mundo creyendo tener una opinión, se hace un favor a la gente no incitándola a convertir esto en otro patio de vecinos más, con el que nos embrutezcamos todos.

No diré nunca lo que el filósofo Gustavo Bueno dirigió en público, tras una conferencia, a mi admirado Luis Carles Dies, cuando éste era un joven muy documentado y le formuló una cuestión: “su opinión no me interesa, y además… es que no va a ningún sitio”, exclamó Bueno. A mí sí me interesa que el pueblo internáutico se desfogue como tenga a bien. Pero no está invitado a quitarse los zapatos y ponerse cómodo encima de lo más delicado de mi vida íntima. Aquí se entra a mirar y no tocar, gracias.

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Sobre el autor

José Antonio Martínez-Abarca. Nació una vez en un sitio tan bueno como otro cualquiera. Es lo que antiguamente solía llamarse un "columnista de prensa". Ha publicado demasiado sobre demasiados asuntos en diversos periódicos; pero guarda pocos recuerdos de ello, como si le hubiese sucedido a otro. Puede que, en efecto, fuera otro. Esto es lo primero que escribe sin aplicar la autocensura. Todos los lugares y hechos de este diario serán reales. Sólo se ocultarán algunos nombres por una doble cortesía: hacia el pudor de las señoritas y hacia el vigente Código Penal. Pretendo sólo salvar lo que de valioso hay en cualquier pequeño infierno cotidiano, para hacerlo llevadero y a veces sublime.


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