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Psicofonías de Elvis Presley

Elvis Presley murió en realidad en el instante en que se enteró de que Priscilla lo había abandonado con su maestro de Kárate. Eso fue unos cinco años antes de la fecha forense oficial, establecida en la madrugada de un 16 de agosto de 1977, cuyo 38 aniversario se cumple hoy. Tras lo de Priscilla, de Elvis sólo hubo un “hasta siempre” a cámara lenta. Conforme el artista, progresivamente ausente de todo lo material (incluido su cuerpo) iba despidiéndose de los seres y las cosas, el público le intentaba quitar los anillos de diamantes al saludarlo en los conciertos -como al difunto al que le roban los zapatos- y se le caían los cadillacs de las manos. Los regalaba a chicas que él creía que lo miraban con amabilidad al pararse su limusina en los semáforos, a través de unos cristales ahumados que no dejaban ver nada. Llamaba a sus aposentos a jovencitas esculturales para que exclusivamente le cogieran la mano mientras él se dormía hablando de astrología y de la vida después de la vida. A la noche siguiente necesitaba a una nueva trepilla que aún no hubiese puesto cara de escucharlo atentamente.

Vivía en un constante estado de estupor, como una crisálida, linfático. Incluso admiradores y compañeros del pasado como Jerry Lee Lewis quisieron despertarlo del ensueño por el método de dormirlo para la eternidad: Lewis fue detenido intentando entrar a Graceland borracho como un murciélago y armado con un pistolón. Todo fue inútil para espantar al peso del pasado, aunque a su muerte el presidente Jimmy Carter tuviese otra de sus legendarias meteduras de gamba. “Fue símbolo de la vitalidad y el buen humor de este país”. En realidad, Elvis se había despedido de la vitalidad y del buen humor muchos años antes.

Pero bajo esa sombra de la que no pudo librarse, en sus últimos meses Presley vomitó un alma cristalina, su voz entró en la pura metafísica. Como elvisófilo de largo aliento, si debiera quedarme sólo con un disco de Presley de entre todos sus miles, sería sin duda el estremecido “The jungle room sessions”. Fue grabado a deshoras en una salita de estar conectada a un camión de la RCA que esperaba fuera, en un hogar donde se notaba que algo inquietante se había posado en el tejado y que a lo que quedaba del anfitrión se le acercaba, de repente, el último verano. A Elvis se le iba poniendo perfil de moneda con sus vísceras, según indicó el informe “postmortem”, con aspecto de tener unos cuantos cientos de años y un cansancio que se remontaba a varios miles. Y sin embargo, de algún modo se estableció un túnel entre lo insondable y la garganta de Elvis que quedó registrado en “The jungle room sessions”. Aquello que salió de la voz de Elvis Presley entre la fatigada vigilia y la intranquila duermevela de un congelado febrero y un oscuro octubre de 1976, con los músicos de estudio con un pie en la puerta hartos de aquel tipo que parecía ausente, fue la mejor captación de psicofonías de toda la Historia.

 

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Sobre el autor

José Antonio Martínez-Abarca. Nació una vez en un sitio tan bueno como otro cualquiera. Es lo que antiguamente solía llamarse un "columnista de prensa". Ha publicado demasiado sobre demasiados asuntos en diversos periódicos; pero guarda pocos recuerdos de ello, como si le hubiese sucedido a otro. Puede que, en efecto, fuera otro. Esto es lo primero que escribe sin aplicar la autocensura. Todos los lugares y hechos de este diario serán reales. Sólo se ocultarán algunos nombres por una doble cortesía: hacia el pudor de las señoritas y hacia el vigente Código Penal. Pretendo sólo salvar lo que de valioso hay en cualquier pequeño infierno cotidiano, para hacerlo llevadero y a veces sublime.


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