Alguna vez los conocidos, entre risitas, me han hecho la pregunta de por qué creo en la existencia real de los espectros. La respuesta fácil es que algunos presidentes del Gobierno en funciones demuestran sin lugar a dudas esta creencia. Por otro lado, creo en lo fantasmagórico porque, como buen decimonónico, no escarmiento del vicio de confiar en la ciencia. Los astrofísicos aseguran que el Universo es, en su mayor parte, un inconmensurable “fantasma”. Un fantasma dentro del cual vivimos. Lo llaman “materia oscura”. Materia fantasmal.
Se ha comprobado por los astrofísicos que hay algo inimaginable que se mueve entre los planetas pero aún no se sabe qué es, y no se sabe por qué razón no lo podemos observar. Se escapa, de momento, al análisis. No tiene nada que ver esta falta de visibilidad con la distancia a la que se encuentre. La “materia oscura” está por todas partes. A mi lado ahora mismo. O al suyo. La mayoría del Universo está compuesto de esa “substancia”. En el cosmos lo inusual, en proporción de seis a uno, es lo que, como nosotros, no es invisible y sale en las fotos (o se refleja en los espejos).
Esa “oscuridad” es algo que no se sabe de qué se compone. Pero cuya existencia se puede detectar por la reacción que provoca en lo que está al lado. Así es como se sabe que está. Por cómo cambia lo que hay alrededor. Como esas lentes que se interponen ante lo que hay detrás, haciendo que lo veamos un poco distorsionado. Elevado a escala inconmensurable, es como cuando observamos, a esa distancia en que nuestra vista se vuelve débil, cómo las salamanquesas nocturnas reptan sobre un cristal iluminado. Lo que vemos a lo lejos es que una forma translúcida altera la luz que hay detrás, permitiéndonos intuir también su esqueleto.
No hay ninguna razón para pensar que si eso ocurre a escalas inimaginables en el Universo, no ocurra también a nuestro tamaño insignificante, aquí. Todo en el Universo forma parte de lo mismo. Es el tipo de “fantasma” ante el que no cabe el escepticismo. Alguna vez lo he sentido arrastrarse por la bóveda celeste, siguiendo la línea declinante de la luz. No lo veo, no lo toco, normalmente no lo advierto, pero desde luego se sabe científicamente que está. Eso abruma a los que sólo formamos parte de la inmensa minoría visible del Universo.
Algún día se sabrá de qué está hecha la inaudita transparencia de esa “materia oscura”. O de qué se compone su ausencia. Sus elementos, o la falta de ellos. Si esa realidad “oscura” (oscura de tan incolora), para moverse por el Universo, lo hace a través de otros planos de realidad –desde esas once dimensiones que ciertas operaciones de cálculo llevan a sospechar que existen- o se encuentra en el mismo plano en el que tranquilamente (sin mirar demasiado hacia arriba) damos un paseo nocturno por el parque, a una hora imprudente.