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Los malos no pagan

Hay creencias absurdas que incluso la gente de intelecto respetable cree indiscutibles leyes de la naturaleza, como la gravedad terrestre. Por ejemplo, la de que los malos terminan pagando sus malas acciones en esta vida o “en otras vidas” es una de las más tontas. Sugieren que hay una especie de Destino que actúa con las malas acciones como Correos con las cartas sin destinatario conocido: se devuelven los males al remitente. La experiencia nos dice más bien lo contrario y sin embargo sabios y necios, por igual, lo asumen como verdad que no se pueden discutir por su fenomenal evidencia.

La realidad, dictada por una somera observación, es que los malos no pagan casi nunca sus malas acciones. No les llegan de vuelta las putadas que han cometido porque sospecho cada vez más que el mundo está hecho a medida para los malos. Es su parque temático.

Los gnósticos afirmaban precisamente que todo todo el mundo material, es decir, todo lo que vemos, es obra del Diablo, y sólo mediante la renuncia al mundo y sus obras era posible llegar a Dios. Más o menos lo mismo piensan los “yoguis” orientales, y es lo que subyace, aunque más matizado, en el estilo de vida “zen”. A aquellos gnósticos los laminó el Vaticano, que no veía que por ejemplo un banquete por todo lo alto o una bonita casulla de hilo de oro pudiesen ser mera vanidad inspirada por el Diablo. Ya nunca más se supo.

Pero esa sospecha de un mundo hecho a medida para los malos ha pervivido hasta hoy. De los cinco elementos de los que se compone la naturaleza, el mundo se identifica con el elemento tierra, que junto con el elemento fuego simboliza el Infierno (ese lugar ardiente subterráneo). La tierra es, así, considerada el elemento de las bajas pasiones humanas, por contraposición a los elementos “elevados” o benignos como el aire, el agua o el espíritu. El Cielo es aéreo, el Infierno es terrestre. Son maléficos los que se sienten a gusto en este mundo, encantados de haberse conocido, y no reparan en pisar a quien sea para subir en la escala. No pagan por ello.

A los malos no sólo no les revierten sus malas acciones, sino que éstas les sirven para alcanzar todo lo ambicionado, y suelen morir en la cama con la conciencia oxigenada, satisfecha, rodeados de unos bisnietos monísimos. Los malos siempre encuentran una buena argumentación para sus crímenes. La gente sin palabra siempre te desarma cuando arguye que todo aquello que te juraron por lo más sagrado (no consideran que haya nada sagrado) ya no vale porque “las cosas cambian, el mundo fluye, no como tú, que te quedas estancado”. Siempre se pueden presentar las ignominias de una forma satisfactoria en un mundo hecho para que la gente los excuse o incluso los jalee, por su firmeza en hacer lo más bajo. La gratitud es contemplada como debilidad, propia de los que respetan demasiado el pasado.

Siempre hay una buena explicación para las ingratitudes. Entre quedarse con aquel Rey inglés que cuando le entronizaron dijo a Falstaff “no te conozco, anciano” (aunque ese anciano había sido su amigo del alma) o quedarse con el traicionado Falstaff, se quedan con el Rey. Esto siempre será así. No hay nada que hacer.

Cuando me llega alguien cuyo criterio respeto diciéndome, muy serio, que a alguien que ha hecho una de indios le llegará su hora, en la que le ocurrirá lo mismo (si no en esta vida en alguna otra, debido a no sé qué del “karma” etcétera), les digo que bajen al mundo y se den un baño helado de realidad. No hay nada que indique la vaga probabilidad de esa estupidez. Se multiplican los ejemplos que prueban lo contrario. En este mundo, aquellos que consideran el dolor que pueden causar a los demás siempre juegan un brazo atado a la espalda y apuestan todo lo que tienen con el muñón del otro.

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Sobre el autor

José Antonio Martínez-Abarca. Nació una vez en un sitio tan bueno como otro cualquiera. Es lo que antiguamente solía llamarse un "columnista de prensa". Ha publicado demasiado sobre demasiados asuntos en diversos periódicos; pero guarda pocos recuerdos de ello, como si le hubiese sucedido a otro. Puede que, en efecto, fuera otro. Esto es lo primero que escribe sin aplicar la autocensura. Todos los lugares y hechos de este diario serán reales. Sólo se ocultarán algunos nombres por una doble cortesía: hacia el pudor de las señoritas y hacia el vigente Código Penal. Pretendo sólo salvar lo que de valioso hay en cualquier pequeño infierno cotidiano, para hacerlo llevadero y a veces sublime.


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