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Joaquín García Cruz

Menuda política

Los dos mundos

El estreno de ‘El despertar de la primavera’ encandiló a los críticos de Broadway. Lo juzgaron fresco, divertido, transgresor, inmortal. Todavía se representa por ahí el musical, basado en la obra homónima de Frank Wedekind, un suizo atormentado y dramaturgo inconformista a cuyo entierro asistió Bertolt Brecht y sobre cuyo ataúd cuentan que se lanzó su mejor amigo, guitarra en mano, para regalar a Wedekind el epitafio más extravagante que nadie pudiera imaginar. Quien lo haya visto compartirá seguramente el entusiasmo de la crítica por un musical que combina sexo, adolescencia, rebelión y amor, a base de ofrecer un poco de ‘Jesucristo Superstar’, una pizca de ‘Hoy no me puedo levantar’, y otra de ‘Los mundos de Yupi’.
Pero ‘El despertar de la primavera’, en su versión original, es otra cosa. Perturbador, irreverente, desgarrador, el texto de Frank Wedekind muestra el tránsito a la madurez de unos adolescentes que se rebelan contra un entorno asfixiante, contra el modelo paternofilial, contra el colegio, contra la moral, contra sus destinos vitales. Y lo hacen a través del sexo colectivo, la masturbación, la provocación social y, finalmente, el suicidio. Todo ello, en la Alemania de 1891.
El tan celebrado musical de Broadway  apenas recoge nada de este dramatismo arrebatador de Frank Wedekind. En el proceso de adaptación, lo colorea, tapa lo más descarnado de la historia, despoja el lenguaje de irreverencias, y acaba ofreciendo una visión de la pubertad en la que sus protagonistas originales apenas se reconocerían. Algo así observo que está pasando con las redes sociales, capaces de transformar el mundo, sí (ahí está el 15M, como paradigma de su potencialidad), pero propensas en la misma medida a distorsionarlo gratuitamente y, en muchos casos, dispuestas incluso a inventarse un mundo paralelo, más que a retratarlo. Estoy en Twitter, miro cada mañana mi cuenta a la espera de nuevos ‘followers’, participo en debates, procuro responder educadamente cuando se me interpela (lo que a veces me obliga a contenerme), doy noticias y reboto opiniones que me parecen merecedoras de ser aireadas, me entero de tendencias, y descubro a gente interesante, aunque solo sea para saber que le gusta el helado de vainilla. Pero también aparto mucha basura, me ruboriza comprobar que la consigna política y algunos idiotas han colonizado ya el ciberespacio y, al final del día, suelo llegar a la conclusión de que Twitter dibuja un mundo aparentemente más fresco, como si fuera un musical de Broadway, pero que es en realidad una mala adaptación de la vida de verdad, un universo excitante del que deberían salirse cuanto antes los ególatras que lo contaminan.

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