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Joaquín García Cruz

Menuda política

Candela Peña

Está por ver que a un paciente moribundo se le niegue un vaso de agua en un hospital público

A mí no me gustó. Salvando el glamour de la alfombra roja y los monólogos de Eva Hache, la gala de los Goya me pareció tediosa, previsible, menos chispeante que otras veces. Me desilusionó mi admirada Concha Velasco, porque ya conocía yo, palabra por palabra, su divertido discurso acerca de cuánto le dolió siempre no tener una estatuilla en casa, y no porque sea un adivino, sino porque pagué por verla cuando vino a Murcia con su gira ‘Yo lo que quiero es bailar’, de cuyo libreto rescató el domingo su alocución para los Goya, en vez de prepararse para ocasión tan singular algo más conmovedor o bien dejarse llevar por las emociones. Corbacho me defraudó también: su puya al ministro Wert no tuvo ni pizca de gracia (sinceramente, ¿ustedes se rieron?), sin olvidar la grosería que supone traer a un invitado a casa, y agasajarlo con una cena de escándalo, para luego hacerle una peineta a lo Bárcenas antes de sacarle el Viuda de Cliquot. Me decepcionó Maribel Verdú, no cuando escuché su vibrante alegato contra los desahucios, sino al saber después que había publicitado hipotecas para una financiera que cobraba intereses abusivos, según denunció en su día, mira tú por dónde, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Además de todo esto, y del fallo garrafal de los dos sobres en el premio a la mejor canción original, yo prohibiría las insufribles dedicatorias familiares.

Pero el clímax tuvo nombre propio: Candela Peña. «He visto morir a mi padre en un hospital público sin mantas ni agua». ¡Zas! Qué latigazo. Me recordó a Solzhenitsyn y su Archipiélago Gulag, a Proudhon y su tratado contra la demagogia, al charlatán Ramonet, a Platón y sus rapapolvos a los sofistas. Y me trajo también a la memoria, en el mismo abrir y cerrar de ojos, al director del hospital cartagenero de Santa Lucía, quien declaró el otro día que en los hospitales de la Región no hay camas en los pasillos, sino «más frecuentación de pacientes», y se quedó tan a gusto.

No di crédito al zurriagazo de Candela Peña sobre nuestras conciencias dormidas. Es verdad que ahora los esparadrapos plásticos de la Arrixaca se rompen y los guantes de latex se atraviesan con los dedos. ‘Made in China’. Es lo que tienen de malo los recortes, eso y una indiscutible pérdida de calidad en la atención sanitaria. Pero está por ver que a un paciente moribundo se le niegue un vaso de agua en un hospital público de España. No me lo creo. No todavía. Hasta ahí podríamos llegar.

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