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Joaquín García Cruz

Menuda política

Golpe bajo en la barraca

Estoy convencido de que Mario Moreno jamás le ganaría las elecciones a Antonio Avilés. Fue proclamado candidato único por los errores o bien la pillería de su adversario, que se puso los zaragüelles y se paseó con la Reina de la Huerta en plena campaña electoral, algo que los estatutos prohiben y razón por la cual su candidatura quedó invalidada. Moreno se vio así al frente de la barraca, y el jefe huertano se sintió inesperadamente derrotado. Pero era de general creencia que, si hubieran llegado a medirse en las urnas, Avilés habría podido con Moreno.
Las peñas huertanas son poco dadas a la modernez. Nacieron para mantener las tradiciones: el refajo, los paparajotes, el moño de picaporte y esas cosas que en Murcia gusta hoy revivir con nostalgia reivindicativa. Avilés encarna la tradición misma, y de ahí que tuviera todas las de ganar. Cuando Antonio Avilés se enfunda el blusón negro, y te habla pausadamente mirándote a los ojos, se transmuta en el huertano sabio de otra época que de verdad se empinaba el botijo y hacía caballones. Frente a la solidez de su personalidad, avalada además por una gestión exitosa (aunque caciquil, según sus detractores), Mario Moreno representa el salto adelante, la renovación, la novedad, unas señas de identidad y unos valores poco estimables en la sociedad rural de antaño que se quiere rememorar con las barracas. Y encima tiene marido.
Era un pulso desigual, que sin duda habría ganado el zorro Avilés. Nadie en tal caso hubiera podido censurar el atavismo de las peñas, su inclinación a guardar la esencia de la huerta en una caja de cartón y cultivarla con el mismo primor que se cría a los gusanos de seda. Están en su derecho, y Avilés simboliza todo eso. Pero hubiera sido mejor constatarlo en una votación, sin malas artes. El insulto homófobo de algún exacerbado mancilla el nombre de quienes legítimamente se resistían al cambio en la barraca. La bazofia arrojada contra Mario Moreno en nombre de las buenas costumbres abre la posibilidad de que ahora paguen justos por pecadores, y pone en riesgo la imagen de la propia federación de peñas, que debería aplicarse cuanto antes en delatar al culpable de esta iniquidad y restituir la honorabilidad de un colectivo que se ha ganado con su trabajo el cariño popular y que estos días se ve en tela de juicio por culpa de un animal escapado de su corral. Las peñas huertanas tienen tanto derecho a abrazar el pasado, sin que por bailar la jota del chipirrín se les tache de carpetovetónicas, como Mario Moreno a caminar con su marido por los bancales y que nadie le llame por eso maricón.

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