La última sátira contra la depravación en la política llega de la mano de ‘Los Mácbez’, una evocación shakespeariana que triunfó en el Teatro Circo de Murcia y ahora lo hace en el María Guerrero de Madrid, apoyada en una interpretación magistral -otra más- de Carmen Machi. La obra eleva a la categoría del crimen la ambición desbocada de una familia imaginaria de políticos gallegos, ‘Los Mácbez’, y recibe el aplauso del público y la crítica porque a sus cualidades teatrales añade la oportunidad del momento, sin duda el de mayor desapego a la esfera pública.
La gente está muy cabreada. El paisaje urbano de esta campaña electoral se caracteriza tanto por la escasa trompetería propagandística como por la profusión de ataques a las siglas de los partidos y a las imágenes de los candidatos, a los que se afea con cuernos, tachaduras y sobres insinuantes, se tilda de fascistas y corruptos o se vacía gráficamente los ojos con un cortauñas. Hay quienes convocan visitas guiadas a sus domicilios. De ningún corrillo escapan al vilipendio y la injuria. Da la impresión de que la desafección está llevando a la sociedad a una estación término, a una fase ulterior de la democracia en la que unos no atisban más salida para evitar el despeñamiento que una gran coalición de salvación, y otros apuestan desde el arrabal por encarrilar una senda ignota, pretendidamente más pura, en la que las decisiones asamblearias y la democracia directa atajarían el avance de la podredumbre que corroe el ejercicio de la gestión pública. Tan cierto es que todas las propuestas para higienizar la política resultan legítimas, y deben ser oídas, como el hecho de que no siempre se argumentan con la mesura debida, y que la censura a los gobernantes -justa, merecida- se banaliza a veces con la generalización sistemática, al punto de correr el riesgo de que tanto ruido despierte pulsiones que empiecen por desperezarse con la rompedura incruenta de un afiche electoral y terminen por cruzar las rayas que nadie tiene derecho a traspasar. Ninguna tropelía justifica que alguien desate sus bajas pasiones para replicar a la ambición de la que pecan gobernantes de carne y hueso, la misma en la que se consumen ‘Los Mácbez’ del teatro, y menos aún se explica que un coro de congratulaciones salude el odio y la venganza desde la impunidad que propicia el anonimato de las redes sociales.
Quizá esta campaña electoral sea una buena ocasión para citarse con los gobernantes -en las urnas, mejor que a las puertas de sus casas-, y votarlos, votar a sus adversarios o no votarlos. Quizá debamos pararnos siquiera un rato, para escuchar a los candidatos y criticarlos cuanto nos parezca oportuno, permitiendo que la confrontación de ideas y programas se imponga sobre una crispación social que se cierne peligrosa. Quizá sea el momento de una tregua.