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Joaquín García Cruz

Menuda política

Esperando al Estado

El Gobierno de California ha recubierto los tres mayores embalses de Los Ángeles con 96 millones de pelotas negras de plástico, en un intento desesperado de aliviar los efectos de la sequía que el Estado padece desde hace tres años. Las bolas, de un diámetro de diez centímetros y hechas de polietileno como el que se utiliza para fabricar las botellas de leche, tienen la misión de bloquear la luz solar (de ahí su nombre, ‘shade balls’ o bolas de sombra), ayudando a enfriar el agua y reduciendo la evaporación de la superficie de los embalses, además de evitar que la absorción de radiación ultravioleta favorezca la producción de bacterias. Los ingenieros californianos calculan que todo este montaje (digno de ver en imágenes) aportará a la red estatal de abastecimiento un hectómetro cúbico adicional de agua al año, una previsión más que modesta, que ofrece, sin embargo, una contrapartida social envidiable: nadie en California ha cuestionado la bondad de probar con las ‘shade balls’. Es pronto aún para establecer si el éxito acompañará o no a este experimento, que parece una ocurrencia del agente secreto MacGyver, el genio de los cacharros y la navaja multiusos, pero en el que los americanos han apostado ya 35 millones de dólares, por si acaso funciona y sirve a su propósito de paliar la sequía en Los Ángeles. Ensayo-error, y a ver qué pasa; es el viejo método heurístico para obtener nuevos conocimientos con los que hallar soluciones a cualquier problema o carencia, una herramienta que -por desgracia- no será de aplicación a la última ‘guerra del agua’ declarada por el Gobierno de Castilla-La Mancha contra el Tajo-Segura. No hace falta recurrir a dotes adivinatorias para anticipar que nada bueno traerá esta nueva contienda, revivida siempre -y no por casualidad- en vísperas electorales. Enrarecerá más aún las frágiles relaciones entre comunidades y excitará hasta el paroxismo la insolidaridad entre territorios, una patología que mantiene enfermo al Estado de las autonomías, incapaz de cohesionarse 40 años después de su configuración primigenia. Cataluña representa el ejemplo más doloroso de esta herida nacional, pero también el agua forma parte de esa misma enfermedad. El Estado sigue empeñado en no ejercer la competencia exclusiva que la Constitución le atribuye en la planificación hidrológica, y la luz corta con la que los gobiernos centrales, unos y otros, transitan a través de las sucesivas legislaturas alimenta estas irresponsables y recurrentes escaramuzas entre cuencas excedentarias y cuencas deficitarias.

Está documentado que el PP empezó a forjar su granero electoral en Murcia de la mano del agua, en 1996, durante un mitin en la Plaza de Toros en el que Aznar, lanzado ya en su carrera hacia La Moncloa, levantó el vaso que le habían dejado en el atril y exclamó: «Dadme votos y tendréis agua». Tan documentado como que la debacle socialista en la Región tomó cuerpo a raíz de que Zapatero derogara el trasvase del Ebro al Segura, con el objetivo de asegurarse en el Congreso de los Diputados el voto de Esquerra Catalana, que necesitaba para ser investido presidente del Gobierno en 2004. De aquel chalaneo de Zapatero existe constancia en el Diario de Sesiones. Y todo es empezar, ya se sabe. Aznar y Zapatero abrieron después caminos inencontrables por los que sus correspondientes menestrales han discurrido invariablemente hasta hoy: ‘guerras del agua’ de las que sacan tajada electoral, aquí y acullá, y el llamamiento -un señuelo cada vez menos creíble- a lograr un pacto de Estado que se traduzca en un armisticio duradero. Pero el Estado se muestra tozudamente incapacitado para impulsar ese pacto, porque se rinde a los localismos y a las componendas partidarias, y además se obceca en incumplir el artículo 149.1 de la Constitución, que le confiere la competencia exclusiva -y por tanto, la obligación- de regular los ríos intercomunitarios.

‘Tempus fugit’. Pasan los años y el Tajo-Segura sobrevive bajo una amenaza política creciente que pone en peligro el Trasvase, del que cuelgan más de 100.000 puestos de trabajo y el 35% de las exportaciones hortofrutícolas de España. O el Estado se impone sobre los intereses espurios que acechan al otro lado del canal, aunque sea al ‘estilo Arias Cañete’, o a una ‘guerra’ del agua sucederá otra, y así será ‘in saécula saeculórum’.

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