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Joaquín García Cruz

Menuda política

El 'topo' de Torreagüera pasa a la historia


Murcia no ha dado grandes políticos que pasen a la historia de la España contemporánea, pero sí espías legendarios encargados de escribirla. Joaquín Gambín, a quien por los calabozos y las alcantarillas del franquismo se conocía por los alias ‘El Grillo’ y ‘César’, aprovechó la muerte -en extrañas circunstancias- de su tío para simular la suya, esquela y entierro incluidos, y reaparecer en el mundo con una identidad nueva. Estaba ya ‘quemado’, después de que la Policía lo reclutara en la cárcel, lo infiltrara en los movimientos anarquistas de Cataluña y después se le vinculara con el atentado que en febrero de 1978 dejó cuatro muertos en la discoteca de Barcelona ‘Scala’.

A la trayectoria de ‘El Lobo’ en ETA, la infiltración más prolongada de la que se tiene noticia en una banda terrorista, solo se le acerca en los anales de los servicios secretos españoles la peripecia de otro espía murciano, José Luis Espinosa Pardo, el ‘topo de Torreagüera’, que estos días ha muerto en su casa de Murcia, a los 90 años. Vivía ya en la indigencia. Pero deja atrás una historia rica en enigmas, personalidades falsas y secretos de Estado.

Trabajó con los alias ‘Gustavo’, ‘Alberto’ y ‘Ahmed’, fue básicamente un confidente de la Policía, un soplón del ‘supercomisario’ Conesa (el más temible jefe de la Brigada Político-Social), delegado murciano en el congreso de Surennes, secretario regional de UGT -que lo ha borrado de sus archivos-, teniente en el Ejército argelino, y un ‘submarino’ de los servicios secretos en los Grapo, el Frac y la III República.

El Tribunal Supremo lo condenó en 1992 por el asesinato frustrado en Argel de Antonio Cubillo, el líder independentista de Canarias, que -según declaró Espinosa en el juicio- le había ordenado planear el Ministerio del Interior, bajo el mandato de Martín Villa.

Yo le entrevisté alguna vez. Siempre presumía de haber sido más listo que los servicios de inteligencia y que los propios militares. De hecho empezó sus fechorías en la Academia General del Aire, donde fue carpintero y montó -eso contaba- un montón de micrófonos ocultos para grabar las conversaciones de los mandos…. y de los ilustres cadetes y oficiales que por allí pasaban.

-¿Y a quién le interesaban esas grabaciones?, le pregunté.

-¿Me vas a pagar tú lo que estoy negociando con John le Carré?

(Era otra mentira, probablemente, de su intrigante vida. U otra verdad a medias).

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