Valcárcel, Ruiz Vivo y Lucía Huertas, la jefa de la Oficina de Murcia en Bruselas, bloquearon las tres puertas del Parlamento Europeo, resueltos a que Michel Barnier, el responsable comunitario de los fondos de cohesión, no se les escapara. Barnier eligió la salida equivocada, y Ruiz Vivo le cayó encima con la robustez de un placador de rugby. Esa misma tarde de 1995, el comisario abrió un hueco en su agenda para discutir con la delegación murciana el reparto del dinero entre las regiones menos favorecidas.
La vida política de Ruiz Vivo en cabeza de playa, que ahora toca a su fin, se alimenta de chascarrillos como éste, y lo cierto es que casi todos son verídicos. Como el de aquella descomunal protesta a que dio lugar en el cine Palafox de Zaragoza, cuando los espectadores abuchearon la proyección de la campaña ‘Agua para todos’, que Ruiz Vivo se empeñó en llevar hasta el corazón del enemigo en plena guerra por el trasvase del Ebro, con el único resultado que cabía esperar. No se arrepintió de tamaña provocación, sino que, erre que erre, la justificó: «Marcelino Iglesias estaba divulgando un cómic en el que los regantes murcianos salían ataviados de vampiros que robaban el agua. Había que responder». La combinación de su carácter -por momentos atrabiliario- con una formación periodística que le permitía colgar las insulsas notas oficiales de titulares acerados, lo expuso ante la opinión pública hasta un extremo que aconsejó a Valcárcel despegarlo de la diana (a la que se arrojaban dardos tanto desde el PP como desde la oposición), y encomendarle a cambio una misión más apacible en la Asamblea Regional, donde los berrinches que lo traían a maltraer encallaron enseguida, y donde Ruiz Vivo ha cambiado el bocinazo por el abrazo y ha cruzado la frontera para ser amigo de sus enemigos. Valcárcel lo apartó del Gobierno a tiempo, cuando el cúmulo de errores y aciertos empezaban ya a forjar una leyenda inmerecida de Ruiz Vivo, pero a la vez privó a la política regional de uno de sus personajes más singulares. Está por venir quien defienda los intereses de San Esteban con el mismo ímpetu y la disponibilidad de que él hizo gala. Los comunicados del palacio han caído de nuevo en el aburrimiento, y de ninguna otra expedición institucional a Bruselas se tiene constancia de un placaje parecido al que el comisario Barnier sufrió aquel día en el Parlamento Europeo. Tampoco se ha visto después una campaña televisiva en ‘prime time’ como la del ‘Murcia, qué hermosa eres’, que muchos tachábamos de provinciana pero que fue la más rentable que se recuerda por estos pagos. Las cosas, como son.