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Miguel Rubio

Microhistoria(s)

Murcia, año 1266

En su último trabajo publicado, los investigadores murcianos Julio Navarro y Pedro Jiménez, de la Escuela de Estudios Árabes-CSIC, proponen un interesante viaje al pasado. Activan el interruptor de la máquina del tiempo para trasladar a los amantes de la Historia casi ocho siglos atrás, con el propósito de que perciban la misma Murcia que se encontró el Rey Sabio tras la conquista cristiana de la ciudad. El medio centenar de páginas de ‘Murcia, la ciudad andalusí que contempló Alfonxo X’, una obra editada por Cafés Salzillo con motivo del 750 aniversario del Concejo, se leen de un tirón y, lo mejor, despiertan la imaginación para hacer un recorrido por una urbe llena de vida y “en pleno esplendor”, como indican los autores.
La publicación sumerge al lector en una Murcia conocida y cercana, pero, a la vez, muy distinta. Allí donde se ubica la Catedral estaba la mezquita mayor o congregacional, lugar de culto para el sermón de los viernes, aunque, también, sede del tribunal de justicia del cadí y academia para impartir ciencias legales y religiosas. No era la única. A finales del siglo XIII se levantaban en Murcia veinte mezquitas de barrio. En el mismo lugar en que hoy se alza un campanario, casi seguro que entonces había un oratorio musulmán.
Dominando la urbe, el alcázar, en la esquina de Teniente Flomesta y Ceballos, lugar de residencia del gobernante de turno. Y a su pies, en el actual barrio de San Juan, “50 tahúllas de tierra de cultivo para su sostenimiento”. Cuentan estos dos estudiosos que la ciudadela tendría varios recintos intercomunicados, a lo largo de la fachada del Segura, ahora ocupados por el Palacio Episcopal, el seminario de San Fulgencio y la Glorieta.

Arrabal del Arrixaca, descubierto en San Esteban. F. Manzanera

Aquella Murcia era una ciudad bien protegida. Un cinturón defensivo, formado por una antemuralla, un foso y una muralla, envolvía la medina: el principal núcleo residencial, que ocupaba 38 hectáreas. La actividad bullía, sobre todo, en el eje de Puerta de Orihuela-San Pedro, donde estaba el zoco, un mercado lineal compuesto por tiendas y talleres artesanales “de planta rectangular, estrecha y profunda, con un vano que servía de puerta y mostrado”. Y salpicando el entramado de calles, saturadas y más bien estrechas, los baños públicos (el último en desaparecer, el de la calle Madre de Dios) con sus tres zonas bien delimitadas: una seca, otra húmeda y la de servicios.
Este recorrido no estaría completo sin una parada en el Alcázar Seguir, hoy Santa Clara, un conjunto palaciego que ocupaba desde el Teatro Circo hasta el callejón de la Aurora. Y, por último, aunque no menos importante, los arrabales, espacios residenciales en la periferia. El más conocido (por el descubrimiento de San Esteban), el Arrixaca, donde vivían, entre otros, los mercaderes genoveses, pisanos y sicilianos. Y otros dos no lo son tanto: el Alharilla (en El Carmen) y el arrabal Las Callejuelas (en San Antón).
‘Murcia, la ciudad andalusí que contempló Alfonso X’ (un entretenido y documentado trabajo de divulgación de Navarro y Jiménez y un acierto de la iniciativa privada) viene a poner la lupa en un patrimonio que espera su puesta en valor. Los responsables deberían tomar nota.

Nuestro patrimonio cultural en pequeñas dosis

Sobre el autor

Mazarrón, 1967. Periodista de 'La Verdad' y guía oficial de turismo.


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