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Carlos Escobar

Música inesperada

Sonata de juventud (II)

 

Ernst Vogt fijó de nuevo su mirada en el retrato del otro Víctor Schulz. La sonrisa del joven violinista irradiaba gran seguridad e inundaba el resto de la estancia. El doctor Maier, que prestaba especial atención a cada gesto o movimiento de su paciente, estaba muy intrigado por aquello desconocido que tanto atormentaba a su interlocutor.

“Yo fui un niño con una pasión desmesurada por la música” -dijo Vogt-. “Pasión que descubrí y cultivé en casa de mis vecinos, los Schulz. Su hijo Víctor y yo éramos compañeros de colegio y por las tardes escuchábamos cómo sus padres tocaban el piano a cuatro manos.

El Doctor Maier estaba tan interesado en la historia de Vogt, que había olvidado por completo que era el día de su partida de cartas. Realmente, la confesión de la que era testigo lo tenía inmerso en una burbuja que lo aislaba de su entorno vital. Repentinamente, la expresión de Ernst Vogt cambió y éste adquirió el aspecto de una persona mucho más joven y con más energía. Sin levantarse de su sillón, se inclinó ligeramente hacia su médico, apoyó sus antebrazos en la mesa del despacho y prosiguió con su viaje al pasado: “Víctor y yo disfrutábamos boquiabiertos con cada uno de los arreglos musicales para piano a cuatro manos con los que nos deleitaban sus padres, una pareja muy compenetrada y feliz. Un día, al terminar el concierto vespertino, nos preguntaron si nos gustaría estudiar música y llegar a tocar juntos alguna vez. Los dos nos miramos emocionados con una complicidad que marcó nuestros años de juventud”.

Ernst Vogt relató al Doctor Maier cómo los Schulz los matricularon en la academia de música y los alentaron diariamente hasta que completaron sus estudios. Víctor puso toda su alma en descubrir los secretos del violín y el propio Ernst los del piano. En la familia Vogt no existía la tradición musical reinante en el hogar de sus vecinos y los limitados recursos económicos se destinaban exclusivamente a la formación universitaria de Ernst, que como Víctor, era el hijo único de la casa. Los Schulz estaban encantados con el talento y la dedicación del joven Ernst y no pusieron ningún reparo en costear la carrera musical del prometedor músico y en ofrecerle el piano familiar para que estudiase a diario, incluso a costa de reducir el tiempo disponible para tocar en pareja.

 

                                                                                                                                                    continuará

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por Carlos Escobar

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