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Carlos Escobar

Música inesperada

Marta y la creciente

Algunos relatos contienen mucha música. Más de la que ustedes pueden imaginar.

“Había una vez una panadería famosa por la forma como elaboraba sus productos. Treinta años antes, fue la primera en habilitar un lugar exclusivo para guardar y preparar con esmero la creciente o masa madre, tan fundamental para fabricar el pan de los siguientes días. En esta parte del local donde se realizaba tan importante labor, trabajaba un reducido grupo de personas muy aleccionado en la responsabilidad que tenían en la obtención de un producto de calidad. La familia que regentaba el negocio consideraba que preparar y custodiar la creciente era casi más importante que vender el pan manufacturado. La panadería estaba considerada entre las mejores del país.

En el local se fabricaban y distribuían muchas variedades de pan. Los más célebres eran los denominadös región de murcia, que cada año eran mejorados para que el aspecto y el sabor fuesen más atractivos para los clientes. Eran muy codiciados los bollos de pan con especias hindúes que, en envases de cuatro unidades, elaboraban desde hace quince años Sara y Vasti (reducción del vocablo griego sevástos que significa venerado).

Las cajas de roscas, ideales para el té de después de jugar al mus y los panecillos de Salzillo hechos con el mismo cuidado que el famoso escultor ponía en sus obras, eran otras de las delicatessen que salían del horno. Las variedades “a la italiana” se consideraban asimismo como productos estelares de la casa. Por este motivo, se preparaban unos chapati “concerto accademico” y unos panini de camera tan ricos, que ni los propios habitantes de la península itálica daban crédito de que lo que saboreaban no era un producto nacional. Parte de la excelente masa elaborada en la panadería se enviaba a un monasterio cercano, donde se fabricaban las tortas de Mendoza, una variedad muy energética con mucha aceptación entre estudiantes y deportistas por su campero aroma a vino de Jumilla.

El abuelo Tavio, del que se dice que nació en la misma panadería, reiteraba que el secreto de un buen pan residía tanto en adquirir la mejor harina como en guardar la creciente para el mañana. Aseguraba que gracias a esto era posible que un modesto negocio familiar exportase panes a Alemania, Inglaterra, Holanda, Noruega y Francia, entre otros países.

Con el paso del tiempo, los dueños del establecimiento alcanzaron una edad incompatible con las exigencias de la faena diaria y la supervisión de los trabajadores a su cargo. Para que el negocio prosperase era necesario estar al pie del cañón y las fuerzas escaseaban para madrugar a diario. Era el momento de delegar en una persona joven que modernizara el establecimiento sin traicionar la filosofía de la empresa.

Marta era de la familia y la candidata ideal para dirigir la panadería. Reunía vocación, estudios, preparación e ilusión. Con estas cualidades y la ayuda de Jofran, un empleado de confianza, Marta compensaría su inexperiencia en el negocio. La joven reemplazaba a su primo Pruz, que pasó por el negocio del pan con más pena que gloria, por estar más pendiente de otros asuntos como el diseño de modernos estampados para las cajas de dulces, la escritura de poemas para los envoltorios de los polvorones o el comercio de productos ajenos como los arroces de la marca SOS.

Cuando llegó la crisis económica, la producción de la empresa se resintió y Pruz redujo la plantilla sin considerar los principios aprendidos del abuelo. Centrado en mantener la fabricación de pan, prescindió de la parte del personal encargada de guardar y preparar la creciente. Salvo Moli, experta en pan de Viena, el resto de las trabajadoras del equipo fueron despedidas. El día que se marcharon Sushi, Loli y Maki fue uno de los más tristes que se recuerdan.

La llegada de Marta a la empresa supuso un rayo de esperanza para todos. Aunque también ella sentía pasión por los diseños más exclusivos de cajas de bombones, tenía la firme determinación de dirigir con éxito la empresa familiar.

Se acercaba la Navidad y en la panadería se trabajaba en la nueva presentación de bollos de pan en estuche de ocho unidades. Al tradicional cuarteto de bollos con especias hindúes le añadieron cuatro unidades con condimentos de origen valenciano, inglés, portugués y alemán. La expectación ante este novedoso producto abarrotó de periodistas, cámaras y micrófonos la entrada del local. Marta ante este júbilo no dejaba de sonreír eufórica al tiempo que atendía a los medios de comunicación. Llevaba sólo unos días al frente del negocio y había alcanzado el éxito. Marta estaba tan radiante y feliz que era incapaz de escuchar las advertencias y preocupaciones de Jofran y Moli. Los dos expertos colaboradores sabían que la calidad actual del pan no solo era fruto del trabajo de ese día. La forma tradicional con la que se guardaba y custodiaba la creciente estaba entre los motivos que explicaban la buena situación de la empresa. La demanda de pan propia de las fechas navideñas, ponía en serio peligro la reserva de masa madre y con ello el prestigio que la panadería había logrado durante décadas.”

No consta hasta la fecha si Marta escuchó los consejos de Moli y Jofran y recuperó la tradición de custodiar la creciente. Cuando conocí esta historia, me sentí tan identificado con esta panadería y con las personas que allí trabajaron, que reconozco que me encantaría que así hubiese ocurrido.

Esta historia es ficticia. Cualquier parecido con la realidad es fruto de la casualidad o del remordimiento.

                                                                                           FIN

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por Carlos Escobar

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