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La fábula del príncipe y la mendiga

La escena tuvo lugar el 23 de octubre, pasadas las ocho y media de la tarde; la instantánea llegó a las redacciones al día siguiente y un día después, dos desde que se inmortalizara la estampa, el papel de los periódicos dejó impresa para la historia la fábula del príncipe y la mendiga, en la que se ridiculizaba al príncipe y se atribuía un papel que no le correspondía a la buena mujer. En pocas palabras, los medios de comunicación contaron/contamos que don Felipe abandonaba una iglesia tras el funeral de un buen amigo cuando se topó con la mano de una mendiga que aguardaba limosna. Y el príncipe de Asturias extendió la suya y, en vez de moneda o billete, le estrechó la mano. Y como vivimos en un país con libertad de expresión, cada cual expresó la suya. Para unos, qué gesto más humano de don Felipe. Para otros, qué ridículo que se dé la mano a alguien que pide en la puerta de una iglesia. Para todos, el príncipe y la mendiga.

 

 

 

 

 

 

 

Y mira por dónde, todo quedó en una bonita fábula, en la que ni uno confundió el gesto de pedir con el de saludar, ni otra estaba allí para recibir a cambio de nada. La mendiga, destapa el periodista Luis Núñez-Villaveirán (ole por él) en su blog de elmundo.es, tiene nombre y apellido. Se llama Carmen Amaya. Y por tener tiene hasta oficio. No es mendiga, sino vendedora de flores. Y si bien es cierto que la dignidad no se pierde por vender flores, ni por pedir, ni por dar manos a supuestos mendigos en vez de darles limosna, no lo es menos cierto que la dignidad periodística sí se pierde por estas cosas, por decir que alguien es quien no es, por publicar lo primero que nos llega sin contrastar. Ya se sabe, que la realidad no estropee una buena historia. Desde aquí, yo pido disculpas a los que todos los días me dan de comer, a los lectores, si se han sentido engañados. Sí, es cierto, no solo se han sentido, sino que han sido engañados. Les hemos engañado. No es justificación, pero unos medios nos dejamos arrastrar por otros y… Ese no es el camino. A ver si aprendemos para la próxima.

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Cuentos de reyes, príncipes y lo que se tercie

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