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La equivocación de Rajoy

«El que Zapatero sea malo no les convierte a ustedes en buenos… y eso es de lo que deberían preocuparse». Pronunciada en el fragor de un debate parlamentario, esa lapidaria frase del presidente andaluz, José Antonio Griñán, adquiere tintes antológicos porque sintetiza el estado político del país. Obviamente sin ninguna intención, por boca de Griñán se expresó el subconsciente colectivo de una buena parte del PSOE, que empieza a percibir a Zapatero como un pesado lastre para España y para el propio partido. Griñán dio también en la diana al enlazar esa idea con otra que refrendan las encuestas: a Rajoy no le bastará con la imparable descomposición de la figura del presidente para llegar a La Moncloa. Una vez constatada la falta de apoyos políticos de Zapatero, al que el Parlamento le castigó el jueves con una moción de censura encubierta, el líder del PP tiene todavía que convencer a los votantes de que son mejores sus propuestas alternativas. Ese era el estado de la cuestión cuando el PP tuvo que decidir el sentido de su voto sobre el decreto del plan de ajuste económico. Con su voto negativo regaló munición argumental a quienes juzgan que está más preocupado por precipitar el desmoronamiento de Zapatero que por la estabilidad económica del país. Y es que en el Congreso de los Diputados también estuvo en juego, lamentablemente, la imagen exterior de España y su ajuste en la Unión Europea. De no haber salido aprobada la norma, los mercados y el euro se habrían tambaleado. Es absolutamente comprensible el rechazo de Rajoy en la medida que considera que el problema de fondo es el propio Zapatero. El PP no ha sido consultado y además son más que discutibles unas medidas de ahorro que penalizan fundamentalmente a pensionistas y funcionarios. La reorganización de la Administración, trufada de entes, empresas públicas, fundaciones, diputaciones y todo tipo de organismos que solapan sus competencias, perdiendo eficacia y aumentando el gasto público, parece una medida mucho más sensata que el ‘tijeretazo’ de Zapatero. Dicho lo cual, no fue Rajoy sino Durán Lleida quien, pese a estar motivado también en buena medida por particulares intereses electorales, se arrogó el discurso de Estado. Durán Lleida facilitó la aprobación del decreto con su abstención, pero pidió al presidente que ejecute los recortes y luego convoque elecciones anticipadas. Si de verdad piensa el jefe de la oposición que el apoyo de CiU sólo prolonga la agonía del Gobierno resulta del todo incomprensible que no ponga de inmediato en marcha el mecanismo parlamentario de una moción de censura. Y tampoco que dé rienda suelta a sus primeros espadas para alentar en la opinión pública la necesidad de un adelanto electoral mientras él no se define. Rajoy vuelve a especular cuando le llega el balón y no se sabe si a la postre quiere ganar el partido por méritos propios o sencillamente por la retirada del rival. Él, que tanto disfruta con el fútbol, debería saber cuáles son los riesgos de jugar al empate y apurar los tiempos.

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