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Una sabia inversión

Cuentan los biógrafos de Michael Faraday que, durante una demostración de los fenómenos eléctricos que investigaba, el primer ministro Lord Palmerston le preguntó: «¿Y esto para qué sirve?». «Señor ministro, ahora no puedo decírselo, pero antes o después cobrará impuestos por ello», contestó Faraday. Esta anécdota ocurrió a mediados del siglo XIX, pero episodios más o menos similares ocurren todavía cada vez que un político visita un laboratorio de investigación, algo generalmente excepcional salvo en tiempo de precampaña electoral, cuando toca inaugurar con una nutrida cohorte de periodistas y leer peroratas escritas por terceros sobre la importancia de la ciencia y la innovación. Ha sido precisamente el cortoplacismo y la falta de liderazgo de la clase política en las estrategias de apoyo a la investigación lo que ha generado, junto a la insuficiente apuesta por la I+D+i en el tejido empresarial y el deficiente sistema educativo, la carencia de competitividad de la economía española en esta tormentosa crisis mundial. La aprobación de la Ley de la Ciencia en 1986 y los primeros planes nacionales tuvieron un efecto positivo, pero la norma quedó superada por los profundos cambios sociales, económicos y administrativos que experimentó España y la UE en los últimos 25 años. Una nueva oportunidad se abre ahora con la Ley enviada por el Gobierno al Congreso de los Diputados, aunque el anteproyecto ha sido recibido con recelo. La Confederación de Sociedades Científicas de España (COSCE) cree que el texto no refleja adecuadamente el papel de las Universidades y los hospitales, la carrera investigadora que se define no resuelve ni la selección ni la movilidad de científicos de calidad y la participación de las comunidades autónomas no está suficientemente articulada. Este último punto es muy importante porque en los Gobiernos regionales recae gran parte del peso del esfuerzo común para transformar la generación de conocimientos en riqueza. En páginas interiores, ‘La Verdad’ publica un interesante reportaje de Paz Gómez sobre uno de los proyectos públicos más acertados de la Región. Se trata del programa de becas posdoctorales de la Fundación Séneca, que ha permitido formar a casi doscientos investigadores murcianos en centros de excelencia de todo el mundo. Estos jóvenes científicos que ocupan hoy la portada de nuestro periódico son el capital humano que garantiza la pujanza futura de una Región que, pese a los esfuerzos acometidos en los últimos años en inversión y personal para I+D+i, aún está lejos de los indicadores deseables para converger con la sociedad del conocimiento que se configura en la UE. En el actual ‘tsunami’ de recortes del gasto público, caer en la tentación de meter la tijera en las partidas de ciencia e innovación sería un error estratégico irreparable. Hagan caso a Faraday. Antes o después se arrepentirían.

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Las claves de la actualidad analizadas por el director editorial de La Verdad

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